domingo, 26 de mayo de 2013

Brasil 2012

Un amigo de la universidad y yo nos pusimos de acuerdo para este viaje, teniendo como plan volar de Lima a Sao Paulo y luego ir hacia Rio de Janeiro por tierra (previas paradas en Paraty y Angra dos Reis) donde nos encontraríamos con otro amigo que llegaba desde Lima unos días después que nosotros. Sin lugar a dudas, una de las cosas más atractivas de viajar en Sudamérica es que los ciudadanos peruanos no tenemos que solicitar una visa de entrada, lo cual no sólo significa un ahorro de tiempo y dinero sino también de preocupaciones por juntar documentación de sustento, estados de cuentas bancarias, entre otras cosas. Antes de partir, compré algunos reales brasileños (R$) en la casa de cambio de un banco en el aeropuerto de Lima obteniendo una tasa de cambio de aproximadamente R$ 2 por US$ 1 (bastante fácil para hacer cálculos rápidos de precios).

El vuelo de ida saldría de Lima muy temprano de madrugada a la 1:20 am llegando al aeropuerto de Guarulhos en Sao Paulo a las 8:10 am (vuelo directo), nos acercamos al mostrador del servicio de buses del aeropuerto para comprar los pasajes hacia el terminal terrestre de Tiete. El costo de los pasajes fue de aproximadamente R$ 27 y el próximo bus saldría en unos 45 minutos por lo que fuimos hacia un bar ubicado en el segundo piso de la sala de espera del aeropuerto para probar la primera caipirinha del viaje… Poco tiempo después ya estábamos en el bus hacia el terrapuerto de Tiete en un bus bastante cómodo, con aire acondicionado y una media hora después, ya estábamos en el “rodoviario” donde rápidamente encontramos una compañía de bus que nos llevara hacia Paraty por un costo de R$ 35. El bus saldría casi al medio día y el recorrido tomaría unas 6 horas por lo que debíamos abastecernos de agua y algunos snacks para el camino. El viaje fue cómodo, pero de todos modos un poco cansado por la distancia y el hecho de no haber podido descansar bien toda la mañana. Casi cayendo el atardecer, llegábamos a la estación de bus de la ciudad Paraty, muy pequeña y algo oscura.

Caminamos unas cuadras por una calle llamada Jango Pádua, un giro hacia la derecha y llegamos a la Pousada Fortaleza, donde nos ofrecen una habitación con 2 camas individuales y baño propio por R$ 100. Verificamos que las instalaciones sean limpias, tenían wifi sin costo adicional y decidimos quedarnos allí hasta el lunes que partiríamos hacia Angra dos Reis. Después de dejar nuestras cosas en la habitación salimos a dar una vuelta por las callecitas empedradas de este pequeño pueblo buscando un lugar donde comer. Llegamos a una plaza pequeña llamada Praça do Chafariz donde había una oficina de turismo y el movimiento de turistas era mucho mayor. Arreglamos un tour en jeep (Paraty Tours) hacia unas cataratas para el día siguiente y nos fuimos a comer algo a un local que ofrecía pizzas muy cerca de esta plaza. Las callecitas de Paraty son bastante bonitas, piso empedrado y viviendas (prácticamente todas eran locales comerciales en las calles principales) pintadas de blanco con tejados de color anaranjado rojizo. Algunas edificaciones de un piso y otras de dos como máximo con puertas y ventanas de madera y faroles colgando de las paredes que hacían las veces de postes de alumbrado público.




Despertamos muy temprano y fuimos a tomar desayuno a una tienda de jugos que estaba muy cerca a la plaza donde habíamos estado la noche anterior. Aprovechando que el sol todavía no calentaba demasiado el día, empezamos a caminar por la orilla de la playa ubicada justo frente al muelle de pescadores.



Justo frente a este muelle se encuentra la Iglesia de Santa Rita, la cual estaba cerrada (a pesar de ser domingo) pero no nos pareció tan raro ya que en general, no había mucha gente en las calles. Dimos la vuelta a la zona y llegamos a otra una plaza más grande, llamada Praça Monsenhor Hélio Pires donde se encuentra la Iglesia Matriz de Nossa Senhora dos Remédios. Una mirada rápida, un par de fotos y ver si podíamos hacer algo más en ese rato.


El inicio del tour estaba programado para las 10:30 am, lo cual nos dio tiempo de subir hacia el mirador de Paraty siguiendo una caminata de unos 30 minutos desde el centro. Desde este punto se puede ver parte de la ciudad y además de unas bonitas vistas del océano. Regresamos a la sede de Paraty Tours y esperamos nuestro transporte. El jeep que nos llevaría era algo grande, con el techo cubierto y espacio para 6 personas sentadas en la parte trasera, además del conductor y un copiloto (si lo hubiera habido). Además de mi amigo y yo, dos parejas de turistas brasileños irían con nosotros.

Después de una media hora de recorrido a lo largo de una carretera asfaltada llegamos a un tramo que no estaba pavimentado y después de algunos metros logramos llegar a la primera catarata. No era muy grande, pero la parte baja formaba una piscina natural con una segunda caída hacia el cauce natural del río. Tuvimos tiempo suficiente para bajar y darnos una zambullida para refrescarnos del calor que hacía. En esta primera parada había una regular cantidad de gente, en su gran mayoría (yo diría todos) brasileños de ciudades como Sao Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte.



Nuevamente nos subimos al jeep y al poco rato estábamos en la segunda parada, una catarata no muy grande en magnitud pero sí en altura, que desembocaba en otra área más amplia que la anterior donde mucha gente se metió a nadar. Casi sin pensar llegamos a la hora de almuerzo (el cual debíamos pagar independientemente) y el conductor nos llevó a un restaurante ubicado al cruzar un puente colgante, a un lado de la carretera asfaltada. Llegamos al lugar, nos sentamos y una de las pocas comunicaciones verbales con nuestros compañeros de viaje fue la discusión sobre el precio de la comida: demasiado caro incluso para ellos (desde ya, Brasil es un destino relativamente caro). Así que todos estuvimos de acuerdo en decirle al conductor que nos lleve a otro lugar… y así fue. Al final llegamos a un local habilitado dentro de una amplia vivienda que ofrecía buffet al peso (luego nos daríamos cuenta que esta forma de comer es bastante común en Brasil). El menú incluía pollo, arroz, fideos, frijoles negros, cerdo, vegetales, entre otros. Bastante normalito y a precios adecuados.

Después de comer fuimos a un taller de producción de la famosa bebida brasileña: la cachaça. En esta propiedad (Pedra Branca) pudimos ver el proceso de fabricación de esta bebida e inclusive degustamos los diversos tipos de cachaça, una más fuerte que la otra. No quisimos comprar botellas de licor en ese momento porque recién empezábamos el viaje y no íbamos a cargar con ese peso si lo podíamos comprar al final. Lo que sí compré fueron unas gomitas hechas con este licor, y que se vendían bajo el nombre de “balas de cachaça”.



Luego, partimos hacia el tercer punto que era una rampa formada en roca natural pulida por el constante paso del agua desde una caída superior. Muchos lugareños se divertían resbalándose sentados, cayendo a una poza al pie, lógicamente no lo intenté por temor a las consecuencias y porque una lluvia torrencial empezaría al poco rato (más por lo primero). Tratamos de cubrirnos bajo una roca rodeada de árboles pero fue inútil, cada vez nos mojábamos más y el cielo no daba señales de tregua. Decidí ir hacia la parte alta donde estaba la salida y después de mojarme aún más pude ponerme debajo del tejado de una casa al lado de una iglesia. Allí esperé a que suban los demás (sucedió después de casi 20 minutos) y nos fuimos al jeep para regresar a Paraty. Felizmente esta lluvia no tuvo consecuencias en mi salud, así que llegamos a Paraty casi al caer el atardecer… con tiempo para cambiarnos y salir a comer algo.


Esa noche había mucho menos movimiento en las calles en comparación con la noche anterior. A pesar de esto, igual todos los locales comerciales estaban abiertos al público y tras leer una recomendación de la guía Lonely Planet fuimos al Paraty 33. Este local tiene un muy buen ambiente, música bosanova en vivo y la comida estaba bien. Después de cenar tomamos unas cervezas y nos fuimos a descansar, ya que al día siguiente debíamos salir de madrugada para tomar el bus que nos llevaría a Angra dos Reis, parada previa para ir a Ilha Grande (isla grande). Siendo las 3 am nos despertamos, cargamos las mochilas ya preparadas desde la noche anterior y caminamos a la estación de buses. Compramos los boletos y al poco rato ya estábamos en el bus camino a Angra dos Reis. A diferencia del bus en el que vinimos desde Sao Paulo, este bus era muy oscuro, asientos duros e incómodos pero… no podíamos pedir mucho por los R$ 15 que costaba el boleto. Con mucha dificultad pude dormir apoyando mi cabeza sobre la mochila y cuando ya el día había aclarado (alrededor de las 7:30 am) habíamos llegado a Angra dos Reis, un
pueblito sin mayor atractivo que ofrecer, la distribución de las casas y calles es un poco caótica, los negocios son fríos y lúgubres lo que no nos daba muchas opciones para tomar desayuno. En resumen podría decir que sólo encontrábamos gaseosas, leche fría y unos panes rellenos cuyo aspecto evidenciaba la cantidad de grasa que contenían. Después de ver esto, opté por sólo beber agua y esperar el ferry hacia Ilha Grande en la estación del muelle de Santa Luzia, muy cerca de donde nos había dejado el bus. Fuimos los primeros en llegar, y poco a poco iban llegando personas interesadas en comprar los boletos hacia la isla.


La embarcación que nos llevaría a Ilha Grande salía desde el mulle a las 8 am (era lo más temprano) y por ello nuestra premura de llegar temprano a Angra. El siguiente servicio era a las 11 am, lo cual nos hubiera hecho perder casi una mañana. El costo del boleto era de R$ 25 por persona y el viaje duró unos 35 minutos. No creo que haya opción de comprar estos boletos con anticipación, pero estoy seguro que todas las personas que deseaban trasladarse lo hicieron, la capacidad del bote debe ser de unas 100 personas, quizás más. El trayecto fue bastante tranquilo y al poco rato ya estábamos en Villa de Abraao, el pueblito principal de Ilha Grande.



De sólo ver la isla uno puede imaginarse el clima… cálido, tropical y húmedo. Llegamos y esa fue exactamente la sensación. Caminamos un poco buscando un hostel donde hospedarnos y después de ver un par que no cumplieron las expectativas (básicamente comodidad, precio y trato) llegamos al Pousada D’Pillel. El muchacho a cargo era muy conversador y amable, nos mostró las habitaciones y servicios de este lugar que, teniendo el mismo precio que otros que ya habíamos visto, se veía mucho mejor y además ofrecía wifi gratis. El costo por noche por persona fue de R$ 45 aproximadamente y la habitación que nos darían sería una de 3 camas (no tendríamos un huésped adicional con nosotros) y baño privado. No había mucho más que pedir… pero también incluían el desayuno. Si alguna vez vuelvo a Ilha Grande, definitivamente volvería a este lugar.

Dejamos las cosas, y nos alistamos a desayunar (eran casi las 10 am) antes de recorrer la zona. Sólo íbamos a estar dos días en esta isla, así que debíamos aprovechar todo el tiempo que teníamos. Encontramos un buen sitio para comer unos sándwiches y jugos de frutas (lo cual fue una especie de desayuno-almuerzo) y volvimos a la zona del muelle, donde después de dar una vuelta y tomar en cuenta las recomendaciones del muchacho del hostel, tomamos un tour (R$ 60) para el día siguiente, que consistiría de un recorrido en yate por las diferentes playas de la isla además de bajar en 3 puntos para hacer snorkel (equipo incluido). Vimos un mapa y decidimos hacer un trekking hacia la parte alta de la isla, hasta llegar a la catarata de Feiticeira y luego bajar hacia una playa desde donde podríamos tomar un bote de regreso a Villa de Abraao.


Nuestro recorrido fue a lo largo de un sendero en medio de la vegetación de la isla, muchos árboles, el sonido de aves y un poco de cuidado por si encontrábamos serpientes o algún otro animal. La caminata fue buena… casi 3 horas de subida hasta llegar a la catarata de Feiticeira, donde nos sentamos a descansar y tomar un refrescante baño antes de iniciar el descenso. El esfuerzo valió la pena, poca gente, rocas grandes donde sentarse y agua fresca.


El sol era implacable pero felizmente la ruta no era muy pesada, estaba muy bien delimitada y sin dificultades y después de más de 1 hora logramos llegar a una pequeña playa aislada, olas pequeñas y con poca gente donde nos establecimos a descansar y pasar la tarde. En esa playa había una persona que vendía refrescos y cervezas heladas (obvio que tomamos varias) y allí mismo pagamos los R$ 10 del ticket de retorno en bote. En esta playa estuvimos más de 2 horas y cerca de las 5 pm llegaba el bote que nos llevaría hacia Villa de Abraao.

Llegamos a nuestra habitación, tomamos una ducha y salimos a buscar comda. La recomendación de la Lonely Planet nos llevó a un local donde vendían comida al peso, dimos un repaso breve por las opciones y decidimos tomarla. Creo que una de las mejores cosas que sirven en Brasil es el pescado, siempre acompañado de papas o frijoles y ensalada. No encontraba muchas variedades en la comida, por lo menos en lo que iba de nuestro viaje. Lamentablemente, el tema de las comidas es particularmente sensible para los peruanos ya que estamos mal acostumbrados a comer muy bien. Terminamos de cenar y fuimos a la playa donde habían varios locales donde se podían comprar cervezas y sentarse frente al mar (ya oscuro) para pasar el rato. Al día siguiente, llegamos al muelle y al poco rato llegaron dos jóvenes parejas de brasileños que irían con nosotros en el tour a las playas y algo de snorkel. Nos llamaron para embarcar y partimos... pero casi al empezar la travesía nuestro bote se malogró y tuvimos que esperar varados a que llegara otro bote de reemplazo (felizmente llegó algo rápido) para continuar nuestra aventura.

La primera parada fue en una ensenada llamada Lagõa Azul, donde bajamos para nadar y hacer snorkel. La claridad del agua era buena, así como la iluminación del sol, lo cual sirvió para ver la cantidad de peces alrededor nuestro. Pasamos un buen rato aquí, disfrutando de la refrescante temperatura y la quietud del mar en esta zona. No habia mucha gente, por lo que la experiencia fue más placentera aún.


Nuestra segunda parada sería Lagõa Verde, similar al anterior pero un poco más pequeño y con menos peces pero igual de refrescante. Finalmente, el bote se detuvo en alta mar para el tercer punto de snorkel pero ya nadie se quiso meter al mar porque el día se había nublado completamente (siendo recién las 2 pm) siendo un anticipo de lo que vendría poco tiempo después: una lluvia terrible que no cesó hasta después de casi 2 horas. En medio de la lluvia, el bote se dirigió hacia una zona similar a unos manglares, donde había un restaurante (que seguramente ofrecía comisiones a los que llevaran conmensales). Nos sentamos y pedimos más bebidas, y sólo eso porque el menú era exageradamente caro. Llegamos de vuelta a la habitación y volvimos a cenar en el lugar de la noche anterior, beber un poco y preparar todo para tomar el ferry de vuelta a Angra dos Reis temprano al día siguiente.

La lluvia de la tarde le daba un aspecto más tropical a la isla, la vegetación y los árboles parecían más verdes, las calles de Villa (que no estaban pavimentadas en su totalidad) se humedecieron y tomaron un color café con leche muy bonito, algunas gotas todavía caían de los tejados y formaban charcos que evitábamos a pesar que caminábamos con sandalias y short de baño. Toda esa sensación, perfectamente ambientada en un escenario frente al mar, es irrepetible. Había llegado a un estado de paz y relajación total, que difícilmente recuerdo de otro episodio.
Para esto, en la misma agencia del tour en bote nos había ofrecido temprano un paquete que incluía el ticket del ferry hacia Angra y el transporte en una van hacia Río de Janeiro (aproximadamente 2 horas por tierra). Si no recuerdo mal, creo que nos pidieron R$ 60, lo cual nos pareció bien. La van nos iba a esperar cerca del muelle en Angra y nos dejaría en nuestro hostel en Río. Mi otro amigo se uniría a nosotros en la estación de buses de Río (mencioné que seríamos 3 al inicio del relato). Y así sería.


Salimos temprano del hotel, y después de caminar unos pocos metros, ya estábamos en el muelle esperando el ferry. Subimos y al poco rato ya estábamos mar adentro dirigiéndonos a Angra. Allá nos esperaba la van contratada y en poco tiempo ya estábamos rumbo a Río de Janeiro. Dado que nuestros cálculos nos decían que llegaríamos a la 1 pm, pensamos que no tenía sentido ir a la zona de Ipanema donde estaba el hostel y luego salir hacia la estación de buses (rodoviario) en busca de nuestro amigo, así que decidimos bajarnos de la van en el rodoviario de Río, ubicado en la zona norte de la ciudad. Bajamos de la van y toda la tranquilidad que habíamos disfrutado en Paraty e Ilha Grande se había esfumado, todo era caótico, autos, ruidos, vendedores, taxistas ofreciendo servicios... en algún momento me sentí abrumado así que prácticamente corrimos hacia dentro de la estación. Allí dentro, subimos al segundo nivel donde se ubicaba la agencia de la compañía de buses que venía de Sao Paulo (Expreso Brasileiro) y casi de inmediato reconocí a mi amigo. Mucha suerte nuestra, así que rápidamente buscamos un taxi y nos dirigimos hacia el hostel, ubicado hacia el sur de Río cruzando el centro de la ciudad. En el trayecto ya íbamos viendo los contrastes de la ciudad: primero zonas poco turísticas, maquinaria, un poco de suciedad y obras civiles propias de la construcción de nuevas vías pensando en la Copa Mundial de Fútbol del 2014, al mismo tiempo vegetación y las famosas fabelhas. Al poco rato ya estábamos presenciando por primera vez el Cristo de Corcovado, protector de la ciudad, así como el imponente Pão de Azúcar.

Nuestro hostel sería el Lemon Spirit, ubicado en el límite entre Ipanema y Leblon, sin lugar a dudas una zona muy tranquila y turística. Teníamos la playa a una cuadra de distancia además de muchos negocios y lugares para comer alrededor. Al llegar a la recepción, el personal nos recibió muy amablemente y nos orientaron con mapas y recomendaciones. Nuestra habitación tenía 6 camas y la compartiríamos con otras personas que no habían llegado aún. Dejamos las cosas y siendo casi las 3 de la tarde salimos a buscar comida. Caminamos algunas cuadras por la avenida Ataulfo de Paiva y encontramos un restaurante Subway, no lo dudamos y nos sentamos a comer. Comparando con los precios de Lima, puedo decir que en Río estábamos pagando un 20% más. En fin, era Río de Janeiro.

Terminamos de comer y seguimos caminando por esta avenida hasta llegar a la Plaza General Osorio donde encontramos un café (bar) con varias mesas fuera y buena oferta de cerveza. A estas alturas del viaje, mi cerveza brasilera favorita era la Bohemia, aunque la Skol y Brahma también eran buenas. No puedo decir lo mismo de la Antártica. Después de algunas cervezas, nos regresamos al hostel para comunicarnos con un amigo mío que vivía en Río debido a que estudiaba una maestría en esta ciudad. Esa noche él nos fue a ver al hostel y pudo compartir un momento con nosotros allí en la terraza, y al poco rato salimos al barrio de Botafogo para tomar algo. El barrio de Botafogo es muy agitado de noche, muchos clubs, música, gente joven y no tan jóvenes en las calles, brasileños, turistas, todos buscando diversión. La medida de precaución era cuidar en todo momento nuestras cosas (no llevamos cámara pero si billetera) así que atentos pero sin estar tensos, disfrutamos del ambiente. Después de algunas horas -y varias cervezas encima- mi amigo nos dejó en el hostel y él regresó a su casa. Había sido una buena introducción a lo que sería la ciudad. El plan para el día siguiente sería visitar los principales iconos de Río de Janeiro, así como ver un partido de fútbol... en vivo!


Despertamos temprano, un duchazo y salir a visitar al Cristo de Corcovado. En el hostel nos habían indicado la ruta de bus que debíamos tomar, y bajamos en el paradero indicado. Caminamos unos metros cuesta arriba y encontramos la oficina de ingreso... y también muchas personas que ofrecían el tour (en sus propias mini van) por la misma cantidad de dinero que costaba el ticket de ingreso. Me pareció raro, pero al conversar con ellos y asegurarnos que no había gato encerrado, tomamos la oferta. Creo que el punto de decisión fue que ellos partirían casi de inmediato, a diferencia hacerlo en los transportes oficiales que esperaban que la van estuviera llena de gente. Subimos con la van y la primera parada fue en un mirador sobre una colina que permitía ver nítidamente al Cristo majestuoso frente a nosotros y al otro lado, el Pão de Azúcar con una panorámica de Río de Janeiro.


En definitiva, imágenes que se quedan grabadas en la retina... y en las memorias de nuestras cámaras fotográficas. Allí mismo había una plataforma de un helipuerto, para aquellos que tomaban el tour en helicóptero sobre la ciudad. Estuvimos un buen rato acá, creo que media hora, lo cual fue suficiente para nosotros. Teníamos que subir más arriba, cerca al Cristo de cemento.


Llegamos a nuestro destino, controles de rigor, tiendas de souvenirs y subida por unas escaleras hacia esta maravilla. Apenas llegando nos sorprendimos con la cantidad de gente que había en el lugar, y no es que esta zona sea amplia para contener tanta gente, sino que todos están confinados unos a otros, pugnando por la foto perfecta, frente a Cristo, con los brazos abiertos, sentados, arrodillados, en grupo, unos solos, todo era válido. Unos metros más allá, otro mirador para capturar tomas perfectas de parte de la ciudad maravillosa y del Pão de Azúcar, nuestro destino de la tarde.



Después de estar un buen rato recargando nuestra fe frente al Cristo de Corcovado, bajamos hacia la parada de los vehículos que nos llevarían de vuelta a la ciudad. Esperamos unos minutos y siendo medio día, ya estábamos listos para almorzar. Encontramos un buffet frente a la boletería principal, donde almorzamos. Tomamos un bus de transporte público y decidimos ir primero al Jardín Botánico, que estaba camino hacia el Pão de Azúcar. Paseamos por un lapso de 1 hora y ya estábamos ansiosos por subir al coloso de piedra... tomamos un taxi y rápidamente ya estábamos subiendo al teleférico... cuando nos dimos cuenta que no todo era perfecto... la tarde estaba nublada y sólo se veía con claridad la primera estación del mirador. Disfrutamos mucho la vista, nos sentamos a contemplar el panorama, y con la esperanza (poca) que allá arriba esté claro (las nubes nos decían lo contrario) subimos a la estación más alta... y lamentablemente, no se podía ver nada! Sólo nubes! Decepcionados, bajamos a la estación anterior y nos quedamos a descansar un poco.


Con un poco de pena, bajamos en el teleférico y abordamos otro taxi para ir a nuestro hostel donde nuestro amigo casi brasilero nos esperaría para ir al Estadio João Havelange para ver un partido de fútbol en vivo! En Brasil! Jugaba el líder de la liga (y posterior campeón) Fluminense contra el Curitiba. Mi amigo nos había conseguido boletos en buena ubicación por sólo R$ 40 así que fuimos en el metro hacia este espectáculo imperdible para los visitantes de Brasil. Llegamos pocos minutos después de iniciado el juego y estando sentado dentro del estadio, uno se da cuenta de la intensidad con la que los brasileros viven el fútbol... unos hinchas eufóricos, unos cantando, otros sufriendo en cada jugada, otros mirando atentos, imperturbables y algo que me sorprendió aún más: las mujeres son tan fanáticas como los varones. Se veían familias enteras, parejas, hombres y mujeres jóvenes que vivían el fútbol en otro nivel... definitivamente, esa noche fue una fiesta. Ganó Fluminense y al final del juego compartimos experiencias con algunos fanáticos... sorprendidos de nuestro buen conocimiento del fútbol de Brasil, de sus selecciones nacionales, sus grandes triunfos y su crisis actual. Durante la espera y todo el trayecto, los fanáticos de Fluminense estuvieron cantando (y algunos bailando) sin ningún amago de bronca, pelea o cualquier otra situación que hubiese malogrado el momento. Bajamos en la Plaza Osorio, comimos algo en una panadería abierta (ya era cerca de la 1 am) y caminamos hacia el hostel... había sido un día largo y productivo, así que ya tocaba descansar.



El día anterior habíamos conversado con la gente del hostel para hacer un tour hacia Búzios, saliendo temprano de mañana y retornando en la tarde. El transporte pasaría por nosotros y nos traería de vuelta, así que lo único que debíamos cargar con nosotros sería mucho entusiasmo y ganas de pasarlo bien. El paquete costó cerca de R$ 90 e incluía el transporte, el almuerzo en Búzios y un paseo en catamarán con bebidas incluidas. Salimos temprano y abordamos una cómoda van que pasaría a recoger a otras personas de sus hoteles, al poco rato ya estábamos en ruta. Una parada a las afueras de Río para tomar desayuno (no incluido) en un pequeño centro comercial que tenía tiendas de recuerdos, comida, bebidas y gasolina. Así, llegamos a Búzios. La van se estacionó en una calle cerca a la plaza central, bastante pequeña y simple a decir verdad, y desde allí caminamos hacia el malecón donde se encuentran muchos restaurantes, bares y el monumento a Brigitte Bardot, quien fue una asidua visitante de esta playa.



Para ser sinceros no estaba tan maravillado con el lugar, a pesar que me habían contado muchas cosas buenas… quizás porque no lo recorrí completamente, pero esta impresión mejoraría cuando subiríamos al catamarán. Una vez a bordo, nos acomodamos en la parte superior para tener mejores vistas de la playa y empezó una fiesta, música, gente que iba y venía, algunos tomando cerveza, otros caipirinhas. En un momento, el barco se detuvo y mucha gente se lanzó al mar con unos pequeños flotadores, nosotros con algunas cervezas Itaipava encima… ya no lo hicimos. En realidad poca gente lo hizo, muchos seguían la fiesta animada por una tripulación de argentinos… y es que muchos argentinos se encargan de brindar servicios turísticos en Brasil.

En medio del trayecto, y sin motivo aparente, sucedió lo impensado… mi cámara fotográfica se malogró! Aparentemente algo sucedió con el lente porque las fotos que tomaba salían todas iluminadas como si se estuviera apuntando al sol… lo curioso es que la función de grabar video sí funcionaba… en fin, aunque al principio me molesté, de alguna forma esto me hizo disfrutar más el viaje. Igual mis amigos tenían sus cámaras así que un bulto menos que cargar. Regresamos a para almorzar y fuimos a un restaurante justo frente al muelle donde embarcamos, nos servimos ensaladas, carnes y por supuesto: frijoles. Un poco más de cerveza para aplacar el calor antes de recorrer un poco más de la zona antes de regresar a Río. El viaje de retorno casi lo hicimos durmiendo así que se hizo corto… hasta que entramos a la ciudad, donde pudimos ver algo de la vida en las fabelhas y zonas más pobres de Río haciendo contraste con todo el orden y limpieza de las calles de Ipanema, la realidad aquí era diferente, y se veía peligroso.

Llegamos a nuestro hostel para ducharnos y cambiarnos, esa noche íbamos a ir a Lapa con nuestro anfitrión. La zona de Lapa es conocida por sus arcos, pero también por la vida nocturna, sobre todo los viernes por la noche, cuando pareciera que todo Río viene para beber en las calles, bailar, escuchar música y pasarla bien. Mucha gente (cariocas) vende cervezas en las calles, mucho más barata que en los bares que estaban completamente abarrotados. Ya habíamos sido advertidos que no debíamos confiarnos, muchos turistas sufren asaltos en esta zona. Llegada cierta hora, todos entran a los clubes o bares y la calle queda para los cariocas… y es allí cuando hay que tener más cuidado, gente que ha bebido de más y otros que simplemente van a robar. Felizmente nosotros no tuvimos problemas de ese tipo, venimos de Lima, una ciudad donde siempre se debe andar con cuidado. Esa noche vimos un poco de todo, turistas buscando garotas de forma desesperada, venta de droga casi al aire libre, improvisadas clases de samba y riñas entre vendedores de cerveza que se peleaban codo a codo los clientes. Fue una noche para recordar a Río de Janeiro como lo que es… una ciudad que vive a mil por hora.


Creo que dormí hasta las 10 am, desperté más por hambre que ganas de salir pero estábamos en Río y aún faltaba mucho por recorrer, así que me paré para ir a tomar desayuno y caminar. Fuimos a la playa de Ipanema y a partir de allí caminamos a lo largo de la costa hasta la Punta de Arpoador, que es algo así como el límite entre Ipanema y Copacabana. Las rocas hacían las veces de plataformas sobre las cuales muchos se sentaban o echaban a relajarse, contemplando la maravillosa vista. Algunas personas venden bebidas frías (hacia un calor tremendo) y brochetas de langostinos... compramos de esos y estaban muy buenos! Pasamos un buen rato allí sentados sobre las rocas planas y lisas que hacían las veces de miradores perfectos para apreciar el litoral de la playa y la clásica postal de esta parte de Río de Janeiro: la playa de Ipanema, la colina de la favelha Rocinha y la Pedra da Gavea al fondo. Allí relajado pude ver que Río es una ciudad que vive acelerada, ni los locales ni los turistas descansan, ni los días de semana y menos los fines de semana.

La cantidad de la gente en la playa era impresionante pero era sólo un poco más de lo que habíamos visto en días anteriores. Y no era porque todos eran turistas, los cariocas disfrutan mucho de la playa, hacer deporte a lo largo de la playa: correr, trotar con perro, andar en bicicleta, en patines, jugar voley playa, paletas... otros se la pasan bebiendo una cerveza y luciéndose ante la mirada de turistas de otros países, algunos buscando ligar con alguna chica. Las cariocas son mucho menos evidentes, al menos eso creo. Después de un buen rato fuimos hacia la estación del metro para ir hacia el centro de Río, y en contraste con lo que habíamos visto en la playa me sorprendió bastante no encontrar mucha gente en las calles, creo que los pocos que caminaban eran turistas o alguna que otra familia que iba de pasada. En esta zona los edificios modernos se mezclan con otros más clásicos como el Teatro Municipal, el Museo de Bellas Artes o la Biblioteca Nacional (todos ubicados muy cerca entre ellos en la avenida Río Branco) y muchos parques extensos. Dimos muchas vueltas por esta zona y encontramos los Arcos de Lapa (extraña sensación verlos de día después de haber estado allí mismo la noche anterior) pero no estuvimos mucho tiempo allí, ya que nos habían dicho que en esta zona había algo de delincuencia y la verdad es que sí nos sentimos un poco intimidados por algunas personas que rondaban el área.

La Iglesia de Santa Lucía estaba a unos metros, en la avenida Presidente Antonio Carlos que desemboca en el Parque Italia. El calor era extenuaste y buscamos un lugar donde sentarnos a descansar y justo frente a nosotros, junto al Museo de Arte Moderno, había un jardín extenso donde algunos estudiantes descansaban sentados bajo la sombra de unos árboles, frente al mar... Y fuimos de inmediato. No nos sentamos en el jardín, ya que en realidad nos tiramos despreocupados y dadas las condiciones del ambiente: jardín, sombra y brisa fresca; creo que nos quedamos dormidos por una hora al menos. Desperté más por hambre que necesidad de hacerlo y fuimos a buscar comida. Algo raro había pasado en la ciudad o quizás esa es la forma de vivir allá, pero no encontramos lugares abiertos donde comer. Sólo algunos vendedores de periódicos que tenían unos snacks pero no quería eso... Al final terminamos en el único lugar de estándar mundial que encontramos abierto, cerca a la Biblioteca Nacional... Mc Donald's. No se sí fue por el hambre, o porque estaba en Río de Janeiro, pero esa Big Mac fue de las mejores que comí en mi vida. Siendo casi las 6 pm decidimos regresar al hostel y ver qué hacíamos en la noche. Después de una ducha muy fresca salimos a comer unos sandwiches en la esquina (Bibi en Ataulfo de Paiva) y nos sentamos a tomar unas cervezas (cosa de todos los días) allí conocimos y conversamos por largo rato con gente que también estaba hospedada en el hostel, algunos de ellos estaban esperando amigos que llegaban a la media noche y al día siguiente partir juntos hacia Ilha Grande y como yo ya había estado allí, me preguntaban información y tips sobre el lugar.

Llegaba el domingo con un sentimiento de satisfacción por haber disfrutado mucho de Río de Janeiro y sabiendo que esa noche partiríamos hacia Sao Paulo, para pasar los 3 últimos días de nuestro viaje. Despertamos relajados, a golpe de 9 am, y después de preparar nuestras cosas y dejarlas en el depósito del hostel, caminamos los pocos metros que nos separaban de la playa de Ipanema. Allí estuvimos casi toda la mañana hasta la hora de almuerzo, disfrutando del sol radiante y la impresionante vibra del entorno. Alquilamos unas sillas plegables con una sombrilla para disfrutar del sol sin temor a insolarnos, mientras nos grabamos en la memoria ese paisaje característico de la playa con una enorme colina verde de fondo. Echados en la playa, las horas fueron pasando rodeados de muchos otros bañistas, vendedores de agua de coco, cervezas heladas, te helado y limonada (las dos ultimas servidas de unos cilindros de aluminio que los vendedores llevaban como mochilas). Nuestra estadía en esta playa fue relajada pero mantenía precaución por nuestras pocas cosas ya que a pesar que este sector de la ciudad es más tranquilo, no había que confiares mucho, hay muchos casos de gente que se confía y sufre robos en plena playa. Felizmente, nosotros no tuvimos malas experiencias. Después de varias horas en la playa, salimos a almorzar al mismo lugar de la noche anterior (Bibi).

Después de esto, mis compañeros querían volver al centro para buscar recuerdos pero la idea no me entusiasmaba. Quería pasarlo tranquilo y me quedé en un centro comercial llamado Shop Leblon cerca al hostel. Yo todavía estaba un poco incómodo por no tener mi cámara fotográfica operativa y ya estaba impaciente, así que decidí ver si podía encontrar algo allí. Fui muy iluso. Los precios eran más altos si son comparados con Lima y tampoco habían cosas que justifiquen mi compra. Di varias vueltas en el centro comercial, incluso pasó por mi cabeza entrar al cine para ver Skyfall 007 que recién se había estrenado, pero finalmente decidí por ir al hostel y dormir en la hamaca de la terraza. Genial idea. Lo pasé muy bien. Y de paso me preparé para el viaje de la noche, ya que nuestro plan era salir a la media noche en bus hacia Sao Paulo. Mis amigos llegaron cerca de las 7 pm y fuimos a comer una picanha en Leblon, por recomendación del amigo que vivía en Río. La picanha es básicamente una parrilla con cortes de vacuno acompañados de vegetales, arroz y harina de mandioca. La comida muy buena y a buen precio tomando en cuenta que de una parrilla pudimos comer 4 personas. Me parece que la cuenta incluyendo bebidas fue de R$ 100. Para ese momento yo no me sentía muy bien ya que el día en la playa y la siesta al aire libre de la tarde habían cobrado factura... me había resfriado! Es más, a pesar del calor de la noche, yo sentía frío y me había puesto una casaca. Saliendo de comer caminamos hacia un parque cercano donde unos muchachos estaban tocando y cantando samba, mientras la gente alrededor bailaba y bebía cerveza, nos quedamos un rato disfrutando el momento. Cerca de las 10 pm nos despedimos de mi amigo y fuimos a recoger nuestras cosas al hostel.

Paramos un taxi y al poco rato estábamos en el rodoviario comprando nuestros boletos para Sao Paulo. El bus saldría a las 12:30 am así que debíamos esperar un par de horas. Lo bueno de esta estación de buses es que tienen un amplio patio de comidas como para sentarse a tomar algo mientras se espera la hora de partida, lo malo es que los baños estaban cerrados y el único abierto era de mujeres. Ni modo, tenía suficiente papel para pasarla hasta llegar a Sao Paulo y tomar algo para el resfrío. Así, llegó la hora de abordar nuestro bus y esperar lo que Sao Paulo tendría para nosotros. Llegamos temprano a Sao Paulo después de un viaje en bus bastante tranquilo y descansado pero sufrido para mí porque el aire acondicionado del bus me había puesto peor. De la estación de buses Tiete tomamos el metro hacia la avenida Paulista, cerca de donde estaba el hostel que habíamos reservado desde Lima, el Gol Backpackers. Llegamos temprano y a diferencia de Río, este hostel estaba cerca a la avenida Paulista en medio de una gran metrópoli llena de edificios inmensos, concreto armado, asfalto, autos y gente en traje que caminaba apurada hacia sus centros de labores. Caminamos unas cuadras y llegamos al hostel. La fachada era pequeña, así como la terraza. Subimos a la recepción, la cual compartía espacio con la barra, y nos atendió un joven que había estado en Perú hacía unos años, incluso nos comentó que en su visita había hecho el camino inca hacia Machu Picchu. Aunque no hablaba español, ni nosotros portugués, era fácil hacernos entender.


Al poco rato, y creo que debido a que no había mucha gente en el hostel en ese momento, nos dieron nuestra habitación temprano. Tenía 6 camas pero nosotros ocuparíamos 3 y nadie más estaría con nosotros. Dejamos las cosas y tomamos desayuno en un Starbucks en la avenida Paulista. Tomé la Lonely Planet y empezamos a ver qué se podía ver alrededor. Fuimos a un parque cercano pero no era gran cosa, así que tomamos el metro hacia el centro de Sao Paulo, para recorrer a pie los principales puntos de interés de esta zona. Bajamos cerca a la biblioteca de la ciudad y empezamos siguiendo la recomendación de la guía para el recorrido a pie. El clima estaba caluroso pero la presencia de edificios nos daba sombra en muchos tramos así que la caminata no fue tan pesada. De primera me di cuenta que Sao Paulo es completamente diferente a Río, la gente acá estaba más apurada, había más estrés en las calles, además que me pareció un poco sucia y en algunos casos con la presencia de vagabundos que no daban una buena imagen. Paramos en un lugar al lado de la biblioteca para almorzar, ya para esto estaba bastante adaptado a los frijoles negros con algo de arroz y pollo. Todo normal, ni malo ni muy bueno.


Seguimos caminando hasta llegar al edificio del Teatro Municipal, que me pareció bastante bonito, aunque llegar a la Catedral sería lo mejor, ya que me pareció hermosa. Ubicada al lado de una plaza, la catedral de Sao Paulo tiene dos torres muy altas, que dan simetría al edificio. La entrada en forma de arco tiene un relieve que me hizo recordar a Notredam en París, aunque por dentro no hay muchos detalles que resalten más que otras catedrales.


Seguimos andando hasta que cansados por la noche en el bus y de paso, yo que estaba un poco mal, decidimos regresar al hostel y descansar un poco. Antes de eso, compramos unos sandwiches como cena y tomamos el metro. Uno de mis compañeros de viaje regresaba a Lima al día siguiente, así que ya habíamos advertido que la mejor forma de ir era tomando el servicio de bus del aeropuerto que paraba justo frente al hostel, y tenia un costo de R$ 35. Su vuelo era a las 5:30 pm así que igual tendríamos la mañana para ver el Museo del Fútbol, ubicado en el Estadio Pacaembu. Esa noche compré unas pastillas y nos fuimos a descansar un poco temprano.




Al día siguiente el malestar producto del resfrío seguía, y por más que intenté reponerme no lograba estar mi animado. Fuimos a dar una vuelta por la Paulista buscando algún lugar para comer y encontramos los habituales buffets al peso. La mañana se pasaría rápido ya que a las pocas horas casi pasando el medio día debíamos tomar el bus que nos llevaría hacia el aeropuerto de retorno a Lima. En términos generales, podría decir que no disfruté mucho la estadía en Sao Paulo, primero porque me enfermé y lógicamente no disfruté andar por ahí con malestar general y otro porque después de estar en la vibrante atmósfera de Río de Janeiro, con fiestas, playas y mucha gente agradable, todo lo que vino después no estuvo ni cerca de igualar la experiencia.