domingo, 26 de mayo de 2013

Brasil 2012

Un amigo de la universidad y yo nos pusimos de acuerdo para este viaje, teniendo como plan volar de Lima a Sao Paulo y luego ir hacia Rio de Janeiro por tierra (previas paradas en Paraty y Angra dos Reis) donde nos encontraríamos con otro amigo que llegaba desde Lima unos días después que nosotros. Sin lugar a dudas, una de las cosas más atractivas de viajar en Sudamérica es que los ciudadanos peruanos no tenemos que solicitar una visa de entrada, lo cual no sólo significa un ahorro de tiempo y dinero sino también de preocupaciones por juntar documentación de sustento, estados de cuentas bancarias, entre otras cosas. Antes de partir, compré algunos reales brasileños (R$) en la casa de cambio de un banco en el aeropuerto de Lima obteniendo una tasa de cambio de aproximadamente R$ 2 por US$ 1 (bastante fácil para hacer cálculos rápidos de precios).

El vuelo de ida saldría de Lima muy temprano de madrugada a la 1:20 am llegando al aeropuerto de Guarulhos en Sao Paulo a las 8:10 am (vuelo directo), nos acercamos al mostrador del servicio de buses del aeropuerto para comprar los pasajes hacia el terminal terrestre de Tiete. El costo de los pasajes fue de aproximadamente R$ 27 y el próximo bus saldría en unos 45 minutos por lo que fuimos hacia un bar ubicado en el segundo piso de la sala de espera del aeropuerto para probar la primera caipirinha del viaje… Poco tiempo después ya estábamos en el bus hacia el terrapuerto de Tiete en un bus bastante cómodo, con aire acondicionado y una media hora después, ya estábamos en el “rodoviario” donde rápidamente encontramos una compañía de bus que nos llevara hacia Paraty por un costo de R$ 35. El bus saldría casi al medio día y el recorrido tomaría unas 6 horas por lo que debíamos abastecernos de agua y algunos snacks para el camino. El viaje fue cómodo, pero de todos modos un poco cansado por la distancia y el hecho de no haber podido descansar bien toda la mañana. Casi cayendo el atardecer, llegábamos a la estación de bus de la ciudad Paraty, muy pequeña y algo oscura.

Caminamos unas cuadras por una calle llamada Jango Pádua, un giro hacia la derecha y llegamos a la Pousada Fortaleza, donde nos ofrecen una habitación con 2 camas individuales y baño propio por R$ 100. Verificamos que las instalaciones sean limpias, tenían wifi sin costo adicional y decidimos quedarnos allí hasta el lunes que partiríamos hacia Angra dos Reis. Después de dejar nuestras cosas en la habitación salimos a dar una vuelta por las callecitas empedradas de este pequeño pueblo buscando un lugar donde comer. Llegamos a una plaza pequeña llamada Praça do Chafariz donde había una oficina de turismo y el movimiento de turistas era mucho mayor. Arreglamos un tour en jeep (Paraty Tours) hacia unas cataratas para el día siguiente y nos fuimos a comer algo a un local que ofrecía pizzas muy cerca de esta plaza. Las callecitas de Paraty son bastante bonitas, piso empedrado y viviendas (prácticamente todas eran locales comerciales en las calles principales) pintadas de blanco con tejados de color anaranjado rojizo. Algunas edificaciones de un piso y otras de dos como máximo con puertas y ventanas de madera y faroles colgando de las paredes que hacían las veces de postes de alumbrado público.




Despertamos muy temprano y fuimos a tomar desayuno a una tienda de jugos que estaba muy cerca a la plaza donde habíamos estado la noche anterior. Aprovechando que el sol todavía no calentaba demasiado el día, empezamos a caminar por la orilla de la playa ubicada justo frente al muelle de pescadores.



Justo frente a este muelle se encuentra la Iglesia de Santa Rita, la cual estaba cerrada (a pesar de ser domingo) pero no nos pareció tan raro ya que en general, no había mucha gente en las calles. Dimos la vuelta a la zona y llegamos a otra una plaza más grande, llamada Praça Monsenhor Hélio Pires donde se encuentra la Iglesia Matriz de Nossa Senhora dos Remédios. Una mirada rápida, un par de fotos y ver si podíamos hacer algo más en ese rato.


El inicio del tour estaba programado para las 10:30 am, lo cual nos dio tiempo de subir hacia el mirador de Paraty siguiendo una caminata de unos 30 minutos desde el centro. Desde este punto se puede ver parte de la ciudad y además de unas bonitas vistas del océano. Regresamos a la sede de Paraty Tours y esperamos nuestro transporte. El jeep que nos llevaría era algo grande, con el techo cubierto y espacio para 6 personas sentadas en la parte trasera, además del conductor y un copiloto (si lo hubiera habido). Además de mi amigo y yo, dos parejas de turistas brasileños irían con nosotros.

Después de una media hora de recorrido a lo largo de una carretera asfaltada llegamos a un tramo que no estaba pavimentado y después de algunos metros logramos llegar a la primera catarata. No era muy grande, pero la parte baja formaba una piscina natural con una segunda caída hacia el cauce natural del río. Tuvimos tiempo suficiente para bajar y darnos una zambullida para refrescarnos del calor que hacía. En esta primera parada había una regular cantidad de gente, en su gran mayoría (yo diría todos) brasileños de ciudades como Sao Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte.



Nuevamente nos subimos al jeep y al poco rato estábamos en la segunda parada, una catarata no muy grande en magnitud pero sí en altura, que desembocaba en otra área más amplia que la anterior donde mucha gente se metió a nadar. Casi sin pensar llegamos a la hora de almuerzo (el cual debíamos pagar independientemente) y el conductor nos llevó a un restaurante ubicado al cruzar un puente colgante, a un lado de la carretera asfaltada. Llegamos al lugar, nos sentamos y una de las pocas comunicaciones verbales con nuestros compañeros de viaje fue la discusión sobre el precio de la comida: demasiado caro incluso para ellos (desde ya, Brasil es un destino relativamente caro). Así que todos estuvimos de acuerdo en decirle al conductor que nos lleve a otro lugar… y así fue. Al final llegamos a un local habilitado dentro de una amplia vivienda que ofrecía buffet al peso (luego nos daríamos cuenta que esta forma de comer es bastante común en Brasil). El menú incluía pollo, arroz, fideos, frijoles negros, cerdo, vegetales, entre otros. Bastante normalito y a precios adecuados.

Después de comer fuimos a un taller de producción de la famosa bebida brasileña: la cachaça. En esta propiedad (Pedra Branca) pudimos ver el proceso de fabricación de esta bebida e inclusive degustamos los diversos tipos de cachaça, una más fuerte que la otra. No quisimos comprar botellas de licor en ese momento porque recién empezábamos el viaje y no íbamos a cargar con ese peso si lo podíamos comprar al final. Lo que sí compré fueron unas gomitas hechas con este licor, y que se vendían bajo el nombre de “balas de cachaça”.



Luego, partimos hacia el tercer punto que era una rampa formada en roca natural pulida por el constante paso del agua desde una caída superior. Muchos lugareños se divertían resbalándose sentados, cayendo a una poza al pie, lógicamente no lo intenté por temor a las consecuencias y porque una lluvia torrencial empezaría al poco rato (más por lo primero). Tratamos de cubrirnos bajo una roca rodeada de árboles pero fue inútil, cada vez nos mojábamos más y el cielo no daba señales de tregua. Decidí ir hacia la parte alta donde estaba la salida y después de mojarme aún más pude ponerme debajo del tejado de una casa al lado de una iglesia. Allí esperé a que suban los demás (sucedió después de casi 20 minutos) y nos fuimos al jeep para regresar a Paraty. Felizmente esta lluvia no tuvo consecuencias en mi salud, así que llegamos a Paraty casi al caer el atardecer… con tiempo para cambiarnos y salir a comer algo.


Esa noche había mucho menos movimiento en las calles en comparación con la noche anterior. A pesar de esto, igual todos los locales comerciales estaban abiertos al público y tras leer una recomendación de la guía Lonely Planet fuimos al Paraty 33. Este local tiene un muy buen ambiente, música bosanova en vivo y la comida estaba bien. Después de cenar tomamos unas cervezas y nos fuimos a descansar, ya que al día siguiente debíamos salir de madrugada para tomar el bus que nos llevaría a Angra dos Reis, parada previa para ir a Ilha Grande (isla grande). Siendo las 3 am nos despertamos, cargamos las mochilas ya preparadas desde la noche anterior y caminamos a la estación de buses. Compramos los boletos y al poco rato ya estábamos en el bus camino a Angra dos Reis. A diferencia del bus en el que vinimos desde Sao Paulo, este bus era muy oscuro, asientos duros e incómodos pero… no podíamos pedir mucho por los R$ 15 que costaba el boleto. Con mucha dificultad pude dormir apoyando mi cabeza sobre la mochila y cuando ya el día había aclarado (alrededor de las 7:30 am) habíamos llegado a Angra dos Reis, un
pueblito sin mayor atractivo que ofrecer, la distribución de las casas y calles es un poco caótica, los negocios son fríos y lúgubres lo que no nos daba muchas opciones para tomar desayuno. En resumen podría decir que sólo encontrábamos gaseosas, leche fría y unos panes rellenos cuyo aspecto evidenciaba la cantidad de grasa que contenían. Después de ver esto, opté por sólo beber agua y esperar el ferry hacia Ilha Grande en la estación del muelle de Santa Luzia, muy cerca de donde nos había dejado el bus. Fuimos los primeros en llegar, y poco a poco iban llegando personas interesadas en comprar los boletos hacia la isla.


La embarcación que nos llevaría a Ilha Grande salía desde el mulle a las 8 am (era lo más temprano) y por ello nuestra premura de llegar temprano a Angra. El siguiente servicio era a las 11 am, lo cual nos hubiera hecho perder casi una mañana. El costo del boleto era de R$ 25 por persona y el viaje duró unos 35 minutos. No creo que haya opción de comprar estos boletos con anticipación, pero estoy seguro que todas las personas que deseaban trasladarse lo hicieron, la capacidad del bote debe ser de unas 100 personas, quizás más. El trayecto fue bastante tranquilo y al poco rato ya estábamos en Villa de Abraao, el pueblito principal de Ilha Grande.



De sólo ver la isla uno puede imaginarse el clima… cálido, tropical y húmedo. Llegamos y esa fue exactamente la sensación. Caminamos un poco buscando un hostel donde hospedarnos y después de ver un par que no cumplieron las expectativas (básicamente comodidad, precio y trato) llegamos al Pousada D’Pillel. El muchacho a cargo era muy conversador y amable, nos mostró las habitaciones y servicios de este lugar que, teniendo el mismo precio que otros que ya habíamos visto, se veía mucho mejor y además ofrecía wifi gratis. El costo por noche por persona fue de R$ 45 aproximadamente y la habitación que nos darían sería una de 3 camas (no tendríamos un huésped adicional con nosotros) y baño privado. No había mucho más que pedir… pero también incluían el desayuno. Si alguna vez vuelvo a Ilha Grande, definitivamente volvería a este lugar.

Dejamos las cosas, y nos alistamos a desayunar (eran casi las 10 am) antes de recorrer la zona. Sólo íbamos a estar dos días en esta isla, así que debíamos aprovechar todo el tiempo que teníamos. Encontramos un buen sitio para comer unos sándwiches y jugos de frutas (lo cual fue una especie de desayuno-almuerzo) y volvimos a la zona del muelle, donde después de dar una vuelta y tomar en cuenta las recomendaciones del muchacho del hostel, tomamos un tour (R$ 60) para el día siguiente, que consistiría de un recorrido en yate por las diferentes playas de la isla además de bajar en 3 puntos para hacer snorkel (equipo incluido). Vimos un mapa y decidimos hacer un trekking hacia la parte alta de la isla, hasta llegar a la catarata de Feiticeira y luego bajar hacia una playa desde donde podríamos tomar un bote de regreso a Villa de Abraao.


Nuestro recorrido fue a lo largo de un sendero en medio de la vegetación de la isla, muchos árboles, el sonido de aves y un poco de cuidado por si encontrábamos serpientes o algún otro animal. La caminata fue buena… casi 3 horas de subida hasta llegar a la catarata de Feiticeira, donde nos sentamos a descansar y tomar un refrescante baño antes de iniciar el descenso. El esfuerzo valió la pena, poca gente, rocas grandes donde sentarse y agua fresca.


El sol era implacable pero felizmente la ruta no era muy pesada, estaba muy bien delimitada y sin dificultades y después de más de 1 hora logramos llegar a una pequeña playa aislada, olas pequeñas y con poca gente donde nos establecimos a descansar y pasar la tarde. En esa playa había una persona que vendía refrescos y cervezas heladas (obvio que tomamos varias) y allí mismo pagamos los R$ 10 del ticket de retorno en bote. En esta playa estuvimos más de 2 horas y cerca de las 5 pm llegaba el bote que nos llevaría hacia Villa de Abraao.

Llegamos a nuestra habitación, tomamos una ducha y salimos a buscar comda. La recomendación de la Lonely Planet nos llevó a un local donde vendían comida al peso, dimos un repaso breve por las opciones y decidimos tomarla. Creo que una de las mejores cosas que sirven en Brasil es el pescado, siempre acompañado de papas o frijoles y ensalada. No encontraba muchas variedades en la comida, por lo menos en lo que iba de nuestro viaje. Lamentablemente, el tema de las comidas es particularmente sensible para los peruanos ya que estamos mal acostumbrados a comer muy bien. Terminamos de cenar y fuimos a la playa donde habían varios locales donde se podían comprar cervezas y sentarse frente al mar (ya oscuro) para pasar el rato. Al día siguiente, llegamos al muelle y al poco rato llegaron dos jóvenes parejas de brasileños que irían con nosotros en el tour a las playas y algo de snorkel. Nos llamaron para embarcar y partimos... pero casi al empezar la travesía nuestro bote se malogró y tuvimos que esperar varados a que llegara otro bote de reemplazo (felizmente llegó algo rápido) para continuar nuestra aventura.

La primera parada fue en una ensenada llamada Lagõa Azul, donde bajamos para nadar y hacer snorkel. La claridad del agua era buena, así como la iluminación del sol, lo cual sirvió para ver la cantidad de peces alrededor nuestro. Pasamos un buen rato aquí, disfrutando de la refrescante temperatura y la quietud del mar en esta zona. No habia mucha gente, por lo que la experiencia fue más placentera aún.


Nuestra segunda parada sería Lagõa Verde, similar al anterior pero un poco más pequeño y con menos peces pero igual de refrescante. Finalmente, el bote se detuvo en alta mar para el tercer punto de snorkel pero ya nadie se quiso meter al mar porque el día se había nublado completamente (siendo recién las 2 pm) siendo un anticipo de lo que vendría poco tiempo después: una lluvia terrible que no cesó hasta después de casi 2 horas. En medio de la lluvia, el bote se dirigió hacia una zona similar a unos manglares, donde había un restaurante (que seguramente ofrecía comisiones a los que llevaran conmensales). Nos sentamos y pedimos más bebidas, y sólo eso porque el menú era exageradamente caro. Llegamos de vuelta a la habitación y volvimos a cenar en el lugar de la noche anterior, beber un poco y preparar todo para tomar el ferry de vuelta a Angra dos Reis temprano al día siguiente.

La lluvia de la tarde le daba un aspecto más tropical a la isla, la vegetación y los árboles parecían más verdes, las calles de Villa (que no estaban pavimentadas en su totalidad) se humedecieron y tomaron un color café con leche muy bonito, algunas gotas todavía caían de los tejados y formaban charcos que evitábamos a pesar que caminábamos con sandalias y short de baño. Toda esa sensación, perfectamente ambientada en un escenario frente al mar, es irrepetible. Había llegado a un estado de paz y relajación total, que difícilmente recuerdo de otro episodio.
Para esto, en la misma agencia del tour en bote nos había ofrecido temprano un paquete que incluía el ticket del ferry hacia Angra y el transporte en una van hacia Río de Janeiro (aproximadamente 2 horas por tierra). Si no recuerdo mal, creo que nos pidieron R$ 60, lo cual nos pareció bien. La van nos iba a esperar cerca del muelle en Angra y nos dejaría en nuestro hostel en Río. Mi otro amigo se uniría a nosotros en la estación de buses de Río (mencioné que seríamos 3 al inicio del relato). Y así sería.


Salimos temprano del hotel, y después de caminar unos pocos metros, ya estábamos en el muelle esperando el ferry. Subimos y al poco rato ya estábamos mar adentro dirigiéndonos a Angra. Allá nos esperaba la van contratada y en poco tiempo ya estábamos rumbo a Río de Janeiro. Dado que nuestros cálculos nos decían que llegaríamos a la 1 pm, pensamos que no tenía sentido ir a la zona de Ipanema donde estaba el hostel y luego salir hacia la estación de buses (rodoviario) en busca de nuestro amigo, así que decidimos bajarnos de la van en el rodoviario de Río, ubicado en la zona norte de la ciudad. Bajamos de la van y toda la tranquilidad que habíamos disfrutado en Paraty e Ilha Grande se había esfumado, todo era caótico, autos, ruidos, vendedores, taxistas ofreciendo servicios... en algún momento me sentí abrumado así que prácticamente corrimos hacia dentro de la estación. Allí dentro, subimos al segundo nivel donde se ubicaba la agencia de la compañía de buses que venía de Sao Paulo (Expreso Brasileiro) y casi de inmediato reconocí a mi amigo. Mucha suerte nuestra, así que rápidamente buscamos un taxi y nos dirigimos hacia el hostel, ubicado hacia el sur de Río cruzando el centro de la ciudad. En el trayecto ya íbamos viendo los contrastes de la ciudad: primero zonas poco turísticas, maquinaria, un poco de suciedad y obras civiles propias de la construcción de nuevas vías pensando en la Copa Mundial de Fútbol del 2014, al mismo tiempo vegetación y las famosas fabelhas. Al poco rato ya estábamos presenciando por primera vez el Cristo de Corcovado, protector de la ciudad, así como el imponente Pão de Azúcar.

Nuestro hostel sería el Lemon Spirit, ubicado en el límite entre Ipanema y Leblon, sin lugar a dudas una zona muy tranquila y turística. Teníamos la playa a una cuadra de distancia además de muchos negocios y lugares para comer alrededor. Al llegar a la recepción, el personal nos recibió muy amablemente y nos orientaron con mapas y recomendaciones. Nuestra habitación tenía 6 camas y la compartiríamos con otras personas que no habían llegado aún. Dejamos las cosas y siendo casi las 3 de la tarde salimos a buscar comida. Caminamos algunas cuadras por la avenida Ataulfo de Paiva y encontramos un restaurante Subway, no lo dudamos y nos sentamos a comer. Comparando con los precios de Lima, puedo decir que en Río estábamos pagando un 20% más. En fin, era Río de Janeiro.

Terminamos de comer y seguimos caminando por esta avenida hasta llegar a la Plaza General Osorio donde encontramos un café (bar) con varias mesas fuera y buena oferta de cerveza. A estas alturas del viaje, mi cerveza brasilera favorita era la Bohemia, aunque la Skol y Brahma también eran buenas. No puedo decir lo mismo de la Antártica. Después de algunas cervezas, nos regresamos al hostel para comunicarnos con un amigo mío que vivía en Río debido a que estudiaba una maestría en esta ciudad. Esa noche él nos fue a ver al hostel y pudo compartir un momento con nosotros allí en la terraza, y al poco rato salimos al barrio de Botafogo para tomar algo. El barrio de Botafogo es muy agitado de noche, muchos clubs, música, gente joven y no tan jóvenes en las calles, brasileños, turistas, todos buscando diversión. La medida de precaución era cuidar en todo momento nuestras cosas (no llevamos cámara pero si billetera) así que atentos pero sin estar tensos, disfrutamos del ambiente. Después de algunas horas -y varias cervezas encima- mi amigo nos dejó en el hostel y él regresó a su casa. Había sido una buena introducción a lo que sería la ciudad. El plan para el día siguiente sería visitar los principales iconos de Río de Janeiro, así como ver un partido de fútbol... en vivo!


Despertamos temprano, un duchazo y salir a visitar al Cristo de Corcovado. En el hostel nos habían indicado la ruta de bus que debíamos tomar, y bajamos en el paradero indicado. Caminamos unos metros cuesta arriba y encontramos la oficina de ingreso... y también muchas personas que ofrecían el tour (en sus propias mini van) por la misma cantidad de dinero que costaba el ticket de ingreso. Me pareció raro, pero al conversar con ellos y asegurarnos que no había gato encerrado, tomamos la oferta. Creo que el punto de decisión fue que ellos partirían casi de inmediato, a diferencia hacerlo en los transportes oficiales que esperaban que la van estuviera llena de gente. Subimos con la van y la primera parada fue en un mirador sobre una colina que permitía ver nítidamente al Cristo majestuoso frente a nosotros y al otro lado, el Pão de Azúcar con una panorámica de Río de Janeiro.


En definitiva, imágenes que se quedan grabadas en la retina... y en las memorias de nuestras cámaras fotográficas. Allí mismo había una plataforma de un helipuerto, para aquellos que tomaban el tour en helicóptero sobre la ciudad. Estuvimos un buen rato acá, creo que media hora, lo cual fue suficiente para nosotros. Teníamos que subir más arriba, cerca al Cristo de cemento.


Llegamos a nuestro destino, controles de rigor, tiendas de souvenirs y subida por unas escaleras hacia esta maravilla. Apenas llegando nos sorprendimos con la cantidad de gente que había en el lugar, y no es que esta zona sea amplia para contener tanta gente, sino que todos están confinados unos a otros, pugnando por la foto perfecta, frente a Cristo, con los brazos abiertos, sentados, arrodillados, en grupo, unos solos, todo era válido. Unos metros más allá, otro mirador para capturar tomas perfectas de parte de la ciudad maravillosa y del Pão de Azúcar, nuestro destino de la tarde.



Después de estar un buen rato recargando nuestra fe frente al Cristo de Corcovado, bajamos hacia la parada de los vehículos que nos llevarían de vuelta a la ciudad. Esperamos unos minutos y siendo medio día, ya estábamos listos para almorzar. Encontramos un buffet frente a la boletería principal, donde almorzamos. Tomamos un bus de transporte público y decidimos ir primero al Jardín Botánico, que estaba camino hacia el Pão de Azúcar. Paseamos por un lapso de 1 hora y ya estábamos ansiosos por subir al coloso de piedra... tomamos un taxi y rápidamente ya estábamos subiendo al teleférico... cuando nos dimos cuenta que no todo era perfecto... la tarde estaba nublada y sólo se veía con claridad la primera estación del mirador. Disfrutamos mucho la vista, nos sentamos a contemplar el panorama, y con la esperanza (poca) que allá arriba esté claro (las nubes nos decían lo contrario) subimos a la estación más alta... y lamentablemente, no se podía ver nada! Sólo nubes! Decepcionados, bajamos a la estación anterior y nos quedamos a descansar un poco.


Con un poco de pena, bajamos en el teleférico y abordamos otro taxi para ir a nuestro hostel donde nuestro amigo casi brasilero nos esperaría para ir al Estadio João Havelange para ver un partido de fútbol en vivo! En Brasil! Jugaba el líder de la liga (y posterior campeón) Fluminense contra el Curitiba. Mi amigo nos había conseguido boletos en buena ubicación por sólo R$ 40 así que fuimos en el metro hacia este espectáculo imperdible para los visitantes de Brasil. Llegamos pocos minutos después de iniciado el juego y estando sentado dentro del estadio, uno se da cuenta de la intensidad con la que los brasileros viven el fútbol... unos hinchas eufóricos, unos cantando, otros sufriendo en cada jugada, otros mirando atentos, imperturbables y algo que me sorprendió aún más: las mujeres son tan fanáticas como los varones. Se veían familias enteras, parejas, hombres y mujeres jóvenes que vivían el fútbol en otro nivel... definitivamente, esa noche fue una fiesta. Ganó Fluminense y al final del juego compartimos experiencias con algunos fanáticos... sorprendidos de nuestro buen conocimiento del fútbol de Brasil, de sus selecciones nacionales, sus grandes triunfos y su crisis actual. Durante la espera y todo el trayecto, los fanáticos de Fluminense estuvieron cantando (y algunos bailando) sin ningún amago de bronca, pelea o cualquier otra situación que hubiese malogrado el momento. Bajamos en la Plaza Osorio, comimos algo en una panadería abierta (ya era cerca de la 1 am) y caminamos hacia el hostel... había sido un día largo y productivo, así que ya tocaba descansar.



El día anterior habíamos conversado con la gente del hostel para hacer un tour hacia Búzios, saliendo temprano de mañana y retornando en la tarde. El transporte pasaría por nosotros y nos traería de vuelta, así que lo único que debíamos cargar con nosotros sería mucho entusiasmo y ganas de pasarlo bien. El paquete costó cerca de R$ 90 e incluía el transporte, el almuerzo en Búzios y un paseo en catamarán con bebidas incluidas. Salimos temprano y abordamos una cómoda van que pasaría a recoger a otras personas de sus hoteles, al poco rato ya estábamos en ruta. Una parada a las afueras de Río para tomar desayuno (no incluido) en un pequeño centro comercial que tenía tiendas de recuerdos, comida, bebidas y gasolina. Así, llegamos a Búzios. La van se estacionó en una calle cerca a la plaza central, bastante pequeña y simple a decir verdad, y desde allí caminamos hacia el malecón donde se encuentran muchos restaurantes, bares y el monumento a Brigitte Bardot, quien fue una asidua visitante de esta playa.



Para ser sinceros no estaba tan maravillado con el lugar, a pesar que me habían contado muchas cosas buenas… quizás porque no lo recorrí completamente, pero esta impresión mejoraría cuando subiríamos al catamarán. Una vez a bordo, nos acomodamos en la parte superior para tener mejores vistas de la playa y empezó una fiesta, música, gente que iba y venía, algunos tomando cerveza, otros caipirinhas. En un momento, el barco se detuvo y mucha gente se lanzó al mar con unos pequeños flotadores, nosotros con algunas cervezas Itaipava encima… ya no lo hicimos. En realidad poca gente lo hizo, muchos seguían la fiesta animada por una tripulación de argentinos… y es que muchos argentinos se encargan de brindar servicios turísticos en Brasil.

En medio del trayecto, y sin motivo aparente, sucedió lo impensado… mi cámara fotográfica se malogró! Aparentemente algo sucedió con el lente porque las fotos que tomaba salían todas iluminadas como si se estuviera apuntando al sol… lo curioso es que la función de grabar video sí funcionaba… en fin, aunque al principio me molesté, de alguna forma esto me hizo disfrutar más el viaje. Igual mis amigos tenían sus cámaras así que un bulto menos que cargar. Regresamos a para almorzar y fuimos a un restaurante justo frente al muelle donde embarcamos, nos servimos ensaladas, carnes y por supuesto: frijoles. Un poco más de cerveza para aplacar el calor antes de recorrer un poco más de la zona antes de regresar a Río. El viaje de retorno casi lo hicimos durmiendo así que se hizo corto… hasta que entramos a la ciudad, donde pudimos ver algo de la vida en las fabelhas y zonas más pobres de Río haciendo contraste con todo el orden y limpieza de las calles de Ipanema, la realidad aquí era diferente, y se veía peligroso.

Llegamos a nuestro hostel para ducharnos y cambiarnos, esa noche íbamos a ir a Lapa con nuestro anfitrión. La zona de Lapa es conocida por sus arcos, pero también por la vida nocturna, sobre todo los viernes por la noche, cuando pareciera que todo Río viene para beber en las calles, bailar, escuchar música y pasarla bien. Mucha gente (cariocas) vende cervezas en las calles, mucho más barata que en los bares que estaban completamente abarrotados. Ya habíamos sido advertidos que no debíamos confiarnos, muchos turistas sufren asaltos en esta zona. Llegada cierta hora, todos entran a los clubes o bares y la calle queda para los cariocas… y es allí cuando hay que tener más cuidado, gente que ha bebido de más y otros que simplemente van a robar. Felizmente nosotros no tuvimos problemas de ese tipo, venimos de Lima, una ciudad donde siempre se debe andar con cuidado. Esa noche vimos un poco de todo, turistas buscando garotas de forma desesperada, venta de droga casi al aire libre, improvisadas clases de samba y riñas entre vendedores de cerveza que se peleaban codo a codo los clientes. Fue una noche para recordar a Río de Janeiro como lo que es… una ciudad que vive a mil por hora.


Creo que dormí hasta las 10 am, desperté más por hambre que ganas de salir pero estábamos en Río y aún faltaba mucho por recorrer, así que me paré para ir a tomar desayuno y caminar. Fuimos a la playa de Ipanema y a partir de allí caminamos a lo largo de la costa hasta la Punta de Arpoador, que es algo así como el límite entre Ipanema y Copacabana. Las rocas hacían las veces de plataformas sobre las cuales muchos se sentaban o echaban a relajarse, contemplando la maravillosa vista. Algunas personas venden bebidas frías (hacia un calor tremendo) y brochetas de langostinos... compramos de esos y estaban muy buenos! Pasamos un buen rato allí sentados sobre las rocas planas y lisas que hacían las veces de miradores perfectos para apreciar el litoral de la playa y la clásica postal de esta parte de Río de Janeiro: la playa de Ipanema, la colina de la favelha Rocinha y la Pedra da Gavea al fondo. Allí relajado pude ver que Río es una ciudad que vive acelerada, ni los locales ni los turistas descansan, ni los días de semana y menos los fines de semana.

La cantidad de la gente en la playa era impresionante pero era sólo un poco más de lo que habíamos visto en días anteriores. Y no era porque todos eran turistas, los cariocas disfrutan mucho de la playa, hacer deporte a lo largo de la playa: correr, trotar con perro, andar en bicicleta, en patines, jugar voley playa, paletas... otros se la pasan bebiendo una cerveza y luciéndose ante la mirada de turistas de otros países, algunos buscando ligar con alguna chica. Las cariocas son mucho menos evidentes, al menos eso creo. Después de un buen rato fuimos hacia la estación del metro para ir hacia el centro de Río, y en contraste con lo que habíamos visto en la playa me sorprendió bastante no encontrar mucha gente en las calles, creo que los pocos que caminaban eran turistas o alguna que otra familia que iba de pasada. En esta zona los edificios modernos se mezclan con otros más clásicos como el Teatro Municipal, el Museo de Bellas Artes o la Biblioteca Nacional (todos ubicados muy cerca entre ellos en la avenida Río Branco) y muchos parques extensos. Dimos muchas vueltas por esta zona y encontramos los Arcos de Lapa (extraña sensación verlos de día después de haber estado allí mismo la noche anterior) pero no estuvimos mucho tiempo allí, ya que nos habían dicho que en esta zona había algo de delincuencia y la verdad es que sí nos sentimos un poco intimidados por algunas personas que rondaban el área.

La Iglesia de Santa Lucía estaba a unos metros, en la avenida Presidente Antonio Carlos que desemboca en el Parque Italia. El calor era extenuaste y buscamos un lugar donde sentarnos a descansar y justo frente a nosotros, junto al Museo de Arte Moderno, había un jardín extenso donde algunos estudiantes descansaban sentados bajo la sombra de unos árboles, frente al mar... Y fuimos de inmediato. No nos sentamos en el jardín, ya que en realidad nos tiramos despreocupados y dadas las condiciones del ambiente: jardín, sombra y brisa fresca; creo que nos quedamos dormidos por una hora al menos. Desperté más por hambre que necesidad de hacerlo y fuimos a buscar comida. Algo raro había pasado en la ciudad o quizás esa es la forma de vivir allá, pero no encontramos lugares abiertos donde comer. Sólo algunos vendedores de periódicos que tenían unos snacks pero no quería eso... Al final terminamos en el único lugar de estándar mundial que encontramos abierto, cerca a la Biblioteca Nacional... Mc Donald's. No se sí fue por el hambre, o porque estaba en Río de Janeiro, pero esa Big Mac fue de las mejores que comí en mi vida. Siendo casi las 6 pm decidimos regresar al hostel y ver qué hacíamos en la noche. Después de una ducha muy fresca salimos a comer unos sandwiches en la esquina (Bibi en Ataulfo de Paiva) y nos sentamos a tomar unas cervezas (cosa de todos los días) allí conocimos y conversamos por largo rato con gente que también estaba hospedada en el hostel, algunos de ellos estaban esperando amigos que llegaban a la media noche y al día siguiente partir juntos hacia Ilha Grande y como yo ya había estado allí, me preguntaban información y tips sobre el lugar.

Llegaba el domingo con un sentimiento de satisfacción por haber disfrutado mucho de Río de Janeiro y sabiendo que esa noche partiríamos hacia Sao Paulo, para pasar los 3 últimos días de nuestro viaje. Despertamos relajados, a golpe de 9 am, y después de preparar nuestras cosas y dejarlas en el depósito del hostel, caminamos los pocos metros que nos separaban de la playa de Ipanema. Allí estuvimos casi toda la mañana hasta la hora de almuerzo, disfrutando del sol radiante y la impresionante vibra del entorno. Alquilamos unas sillas plegables con una sombrilla para disfrutar del sol sin temor a insolarnos, mientras nos grabamos en la memoria ese paisaje característico de la playa con una enorme colina verde de fondo. Echados en la playa, las horas fueron pasando rodeados de muchos otros bañistas, vendedores de agua de coco, cervezas heladas, te helado y limonada (las dos ultimas servidas de unos cilindros de aluminio que los vendedores llevaban como mochilas). Nuestra estadía en esta playa fue relajada pero mantenía precaución por nuestras pocas cosas ya que a pesar que este sector de la ciudad es más tranquilo, no había que confiares mucho, hay muchos casos de gente que se confía y sufre robos en plena playa. Felizmente, nosotros no tuvimos malas experiencias. Después de varias horas en la playa, salimos a almorzar al mismo lugar de la noche anterior (Bibi).

Después de esto, mis compañeros querían volver al centro para buscar recuerdos pero la idea no me entusiasmaba. Quería pasarlo tranquilo y me quedé en un centro comercial llamado Shop Leblon cerca al hostel. Yo todavía estaba un poco incómodo por no tener mi cámara fotográfica operativa y ya estaba impaciente, así que decidí ver si podía encontrar algo allí. Fui muy iluso. Los precios eran más altos si son comparados con Lima y tampoco habían cosas que justifiquen mi compra. Di varias vueltas en el centro comercial, incluso pasó por mi cabeza entrar al cine para ver Skyfall 007 que recién se había estrenado, pero finalmente decidí por ir al hostel y dormir en la hamaca de la terraza. Genial idea. Lo pasé muy bien. Y de paso me preparé para el viaje de la noche, ya que nuestro plan era salir a la media noche en bus hacia Sao Paulo. Mis amigos llegaron cerca de las 7 pm y fuimos a comer una picanha en Leblon, por recomendación del amigo que vivía en Río. La picanha es básicamente una parrilla con cortes de vacuno acompañados de vegetales, arroz y harina de mandioca. La comida muy buena y a buen precio tomando en cuenta que de una parrilla pudimos comer 4 personas. Me parece que la cuenta incluyendo bebidas fue de R$ 100. Para ese momento yo no me sentía muy bien ya que el día en la playa y la siesta al aire libre de la tarde habían cobrado factura... me había resfriado! Es más, a pesar del calor de la noche, yo sentía frío y me había puesto una casaca. Saliendo de comer caminamos hacia un parque cercano donde unos muchachos estaban tocando y cantando samba, mientras la gente alrededor bailaba y bebía cerveza, nos quedamos un rato disfrutando el momento. Cerca de las 10 pm nos despedimos de mi amigo y fuimos a recoger nuestras cosas al hostel.

Paramos un taxi y al poco rato estábamos en el rodoviario comprando nuestros boletos para Sao Paulo. El bus saldría a las 12:30 am así que debíamos esperar un par de horas. Lo bueno de esta estación de buses es que tienen un amplio patio de comidas como para sentarse a tomar algo mientras se espera la hora de partida, lo malo es que los baños estaban cerrados y el único abierto era de mujeres. Ni modo, tenía suficiente papel para pasarla hasta llegar a Sao Paulo y tomar algo para el resfrío. Así, llegó la hora de abordar nuestro bus y esperar lo que Sao Paulo tendría para nosotros. Llegamos temprano a Sao Paulo después de un viaje en bus bastante tranquilo y descansado pero sufrido para mí porque el aire acondicionado del bus me había puesto peor. De la estación de buses Tiete tomamos el metro hacia la avenida Paulista, cerca de donde estaba el hostel que habíamos reservado desde Lima, el Gol Backpackers. Llegamos temprano y a diferencia de Río, este hostel estaba cerca a la avenida Paulista en medio de una gran metrópoli llena de edificios inmensos, concreto armado, asfalto, autos y gente en traje que caminaba apurada hacia sus centros de labores. Caminamos unas cuadras y llegamos al hostel. La fachada era pequeña, así como la terraza. Subimos a la recepción, la cual compartía espacio con la barra, y nos atendió un joven que había estado en Perú hacía unos años, incluso nos comentó que en su visita había hecho el camino inca hacia Machu Picchu. Aunque no hablaba español, ni nosotros portugués, era fácil hacernos entender.


Al poco rato, y creo que debido a que no había mucha gente en el hostel en ese momento, nos dieron nuestra habitación temprano. Tenía 6 camas pero nosotros ocuparíamos 3 y nadie más estaría con nosotros. Dejamos las cosas y tomamos desayuno en un Starbucks en la avenida Paulista. Tomé la Lonely Planet y empezamos a ver qué se podía ver alrededor. Fuimos a un parque cercano pero no era gran cosa, así que tomamos el metro hacia el centro de Sao Paulo, para recorrer a pie los principales puntos de interés de esta zona. Bajamos cerca a la biblioteca de la ciudad y empezamos siguiendo la recomendación de la guía para el recorrido a pie. El clima estaba caluroso pero la presencia de edificios nos daba sombra en muchos tramos así que la caminata no fue tan pesada. De primera me di cuenta que Sao Paulo es completamente diferente a Río, la gente acá estaba más apurada, había más estrés en las calles, además que me pareció un poco sucia y en algunos casos con la presencia de vagabundos que no daban una buena imagen. Paramos en un lugar al lado de la biblioteca para almorzar, ya para esto estaba bastante adaptado a los frijoles negros con algo de arroz y pollo. Todo normal, ni malo ni muy bueno.


Seguimos caminando hasta llegar al edificio del Teatro Municipal, que me pareció bastante bonito, aunque llegar a la Catedral sería lo mejor, ya que me pareció hermosa. Ubicada al lado de una plaza, la catedral de Sao Paulo tiene dos torres muy altas, que dan simetría al edificio. La entrada en forma de arco tiene un relieve que me hizo recordar a Notredam en París, aunque por dentro no hay muchos detalles que resalten más que otras catedrales.


Seguimos andando hasta que cansados por la noche en el bus y de paso, yo que estaba un poco mal, decidimos regresar al hostel y descansar un poco. Antes de eso, compramos unos sandwiches como cena y tomamos el metro. Uno de mis compañeros de viaje regresaba a Lima al día siguiente, así que ya habíamos advertido que la mejor forma de ir era tomando el servicio de bus del aeropuerto que paraba justo frente al hostel, y tenia un costo de R$ 35. Su vuelo era a las 5:30 pm así que igual tendríamos la mañana para ver el Museo del Fútbol, ubicado en el Estadio Pacaembu. Esa noche compré unas pastillas y nos fuimos a descansar un poco temprano.




Al día siguiente el malestar producto del resfrío seguía, y por más que intenté reponerme no lograba estar mi animado. Fuimos a dar una vuelta por la Paulista buscando algún lugar para comer y encontramos los habituales buffets al peso. La mañana se pasaría rápido ya que a las pocas horas casi pasando el medio día debíamos tomar el bus que nos llevaría hacia el aeropuerto de retorno a Lima. En términos generales, podría decir que no disfruté mucho la estadía en Sao Paulo, primero porque me enfermé y lógicamente no disfruté andar por ahí con malestar general y otro porque después de estar en la vibrante atmósfera de Río de Janeiro, con fiestas, playas y mucha gente agradable, todo lo que vino después no estuvo ni cerca de igualar la experiencia.

martes, 16 de abril de 2013

Cuba 2013

Cuba es uno de esos países pequeños en extensión pero inmensos en legado que combina una rica historia con una realidad que muchos encuentran difícil de entender. La situación política en la isla ha hecho que sus pobladores vivan a un ritmo distinto que otros países del mundo, privados quizás de lo que en otros lados es cotidiano como el acceso al internet (cafés y hoteles sin wifi que me hizo recordar cómo se vivía a finales de los 90s) y el régimen político pro comunista que limita las inversiones extranjeras y por ende el desarrollo económico y, en algunos casos las limitaciones a la libertad de expresión. Por otro lado, Cuba tiene mucho por ofrecer al mundo: una ciudad vibrante en La Habana, playas paradisiacas en Varadero y un legado musical grandioso.

Antes de salir de Lima, debía tramitar la tarjeta de turismo, la cual tenía un costo de US$ 20 por persona, además de adquirir un seguro médico (obligatorio) en una agencia de viajes por aproximadamente US$ 3,5 por cada día en la isla. Personalmente, no me gusta contratar agencias de viaje pero obtener esta tarjeta de seguro era más fácil a través de una agencia y fue lo único que arreglé con ellos, ya que lo demás lo organicé por mi cuenta. Además de eso, estaba al tanto que debía llevar dinero en efectivo dado que en Cuba el uso de tarjetas de crédito no es tan masivo como en cualquier otro país. Según lo que pude investigar, la moneda que recomendaban llevar era el Euro, dado que las tasas de cambio eran más convenientes que las ofrecidas para Dólares Americanos.

Así, compré los boletos de avión vía Avianca saliendo de Lima hacia La Habana con una escala en San Salvador. Al regreso tomaría un vuelo desde La Habana hacia Bogotá y luego a Lima. Ambas escalas de poco más de una hora cada una, por lo que el viaje no se hizo muy pesado. Pocas horas después de haber partido desde Lima y ya me encontraba en el aeropuerto de San Salvador, del cual no tenía ninguna referencia previa pero me pareció muy pequeño para ser el hub internacional de Taca. Casi todos los viajeros eran centroamericanos, creo que muy pocos sudamericanos y de entre todos los establecimientos resaltaba un café llamado Tapacun, el cual ofrecía unos sandwiches muy buenos, de un estilo mexicano además de platos con tortillas, frijoles, huevos y queso. Obviamente, el olorcito a buen café era irresistible, un expreso y buscar la siguiente puerta de embarque ya que en pocos minutos partiría hacia La Habana.

Al llegar a La Habana uno entiende mejor el manejo de la divisa cubana. Los turistas utilizan los pesos cubanos convertibles (CUC) que al cambio equivale a aproximadamente US$ 1. Los cubanos utilizan los pesos cubanos o moneda nacional (MN) que al cambio se tiene que 1 CUC equivale a 25 MN. El cambio de Euro a CUC (por cada Euro se reciben aproximadamente 1,25 CUC) se realiza en una casa de cambio dentro del aeropuerto, después de pasar los controles migratorios (incluída una foto de ingreso) y recoger las maletas, casi a la salida donde una gran cantidad de personas ofrecen sus servicios de taxi a los recién llegados. Un breve comentario sobre el aeropuerto de La Habana es que luce bastante anticuado en comparación con aeropuertos locales del interior de Perú, inclusive. Señalización que parece haber sido pintada a mano en carteles de madera, iluminación primitiva y otros detalles que daban la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo.

Después de obtener algunos CUC, sin haber almorzado y siendo casi las 2 pm, contraté un taxi que por 80 CUC me llevaría en 2 horas hacia Varadero. La opción del taxi era de lejos mucho más conveniente que tomar el bus que costaba 10 CUC por persona pero salía a las 5:30 pm desde el centro de La Habana. Esta decisión me permitió conocer de primera mano sobre la vida en Cuba a través de la conversación con el conductor, un muchacho de unos 30 años, que según sus comentarios estaba en desacuerdo con el régimen de Castro pero que era optimista y sobretodo muy orgulloso de ser cubano. En medio del trayecto paramos en el mirador de Bacunayagua desde el cual se puede ver el puente que define el límite entre las provincias de La Habana y Matanzas. Una tienda de souvenirs, libros y revistas y al lado una barra que ofrecía piñas coladas heladas a todos los visitantes... inicio perfecto de unas vacaciones muy relajadas. 



En Varadero, me hospedé en el hotel Cuatro Palmas. La reservación fue hecha desde Lima y al ver las instalaciones en directo supe que para el precio pagado (aproximadamente 100 Euros por noche) estaba bien. Sin embargo, me topé con una grata sorpresa al saber que ese precio incluía comidas y bebidas por toda la estancia (la tarifa era all inclusive y yo recién me enteraba en la recepción!). La habitación era amplia y cómoda pero hubo un pequeño detalle... no tenían wifi. Entendí que, para facilitar el relajo y la desconexión total del mundo esto caía a pelo, además que la piscina allá afuera se veía espectacular y la salida a la playa estaba a sólo unos pasos. Como era de suponer, durante toda mi estadía tampoco encendí el antiguo televisor de mi habitación.

Describir las playas de Varadero con palabras sería muy difícil y creo que no podría hacerle justicia pero lo podría resumir diciendo que son de postal. Arena blanca como en casi todo el Caribe, mar de color turquesa a una temperatura ideal para refrescarse y poca profundidad hasta unos 100 metros desde la orilla, lo cual me hacía sentir como estar en una piscina inmensa, con peces nadando libres por todos lados. Dado que este viaje fue en temporada baja, había poca gente alrededor, lo cual hizo que este viaje sea mucho más relajado. Por la noche, inicio perfecto con langosta para la cena mientras unos músicos locales tocaban canciones cubanas de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Buena Vista Social Club. Así, transcurría la tarde del sábado y casi todo el domingo, disfrutando de la playa, la piscina y bebiendo la buena cerveza local "Bucanero".



Esa noche, decidí tomar un tour (ofrecido en el lobby del hotel) hacia Cayo Blanco que incluía el transporte en bus desde el hotel hacia el muelle de embarque y viceversa, ida y vuelta en un catamarán, comidas y cuantas bebidas uno quisiera, una sesión de snorkel con equipos incluidos y la entrada al parque acuático para ver un espectáculo con delfines. El costo del tour fue de US$ 85 y pienso que valió la pena. El bus pasó el lunes poco antes de las 8 am y en el trayecto fue recogiendo personas de otros hoteles que habían contratado el mismo tour. Cuando llegamos al catamarán supe que la iba a pasar muy bien: tomar sol, escuchar música y beber unas cervezas. Al poco rato habíamos llegado a un lugar mar adentro donde nos indicaron que podíamos bajar para hacer snorkel. La experiencia en sí no fue tan buena, el agua no era tan clara como en otros sitios y no habían tantos peces que se pudieran ver (a diferencia de Isla Mujeres en México o Ilha Grande en Brasil donde el snorkel es memorable).

Poco tiempo después, llegamos a Cayo Blanco. Definitivamente, disfruté esa playa con aguas turquesas y arena blanca... además teníamos más cerveza, refrescos, hamburguesas (no muy recomendables pero después de nadar da mucha hambre) y el almuerzo buffet que contenía langosta (no tan sabrosa como la de Varadero), pollo, ensaladas, entre otros. Pasadas las 4 pm, volvimos a abordar el catamarán para ir al acuario donde disfrutamos del show con delfines. Finalmente, retorné al hotel a cenar y beber un poco más antes de dormir, ya que al día siguiente disfrutaría del último día de playa antes de partir hacia La Habana. Para esto, ya había hablado con un taxista a las afueras del hotel que ofreció llevarme por 80 CUC, lo cual me pareció razonable. Los turistas eran en su mayoría rusos, algunos franceses, canadienses y unos pocos argentinos. 



Después de una mañana en la playa y almuerzo en el hotel, a las 2 pm salimos rumbo a La Habana. Durante nuestro viaje, pasamos por la ciudad de Matanzas cuyos edificios tenían un estilo arquitectónico similar al de La Habana pero en menor escala. Seguimos de largo ya que mi impaciencia por conocer la capital podía más. Cerca de las 4 pm llegué al hotel, el Deauville, el cual a pesar de estar en medio de un vecindario para nada fastuoso estaba bien ubicado muy cerca al Paseo Marti, en todo el malecón. El personal de recepción no era muy amigable pero al saber que tenía una habitación con vista al mar me olvidé de ese detalle. Lo que no pude olvidar porque sería algo cotidiano durante mi estadía fue que de los 2 ascensores del hotel, sólo uno estaba en funcionamiento por lo que muchas veces tenía que esperar varios minutos para subir a la habitación.



Por la tarde, salí a recorrer el centro de La Habana, que me quedaba muy cerca y lo hice a pie. Empecé por el Paseo Marti, pasé frente al Museo de la Revolución, el Gran Teatro hasta llegar al Capitolio. Toda la arquitectura de esa parte de la ciudad me encantó, se veía mucho arte y cuidado en mantener estos edificios tan emblemáticos y declarados patrimonio cultural por la UNESCO. Al mismo tiempo, empecé a lidiar con el constante asedio de los locales ofreciendo servicios de guía, taxi, paseos en carrozas, habanos baratos, entradas a espectáculos musicales, restaurantes, entre otras cosas. Aunque sabía que La Habana era una ciudad muy segura (a pesar que algunas zonas no lo parecen) muchas veces me sentí cansado de la insistencia de algunas personas. Así, caminando por las calles y sin pensarlo encontré el característico letrero rectangular de como amarillo y letras negras: La Bodegita del Medio. Según dicen, alguna vez aquí se servían los mejores mojitos de Cuba y aunque me pareció que estaban muy buenos, mucha gente dice que solían ser mejores. Ya casi había caído la noche así que aproveché en cenar allí mismo... todo muy bien y a un buen precio, entre CUC 10 a 15. Después de pagar la cuenta, el mozo me prestó un marcador para poder dejar un recuerdo en una de las paredes del local, como manda la costumbre.



Salí de la Bodeguita y caminé pocos metros para llegar a la Plaza de la Catedral. La imagen nocturna de la Catedral era muy linda, la iluminación y un par de restaurantes ubicados en la misma plaza con unas mesas afuera y buen ambiente. Cruzando la plaza, encontré la calle Mercaderes, la cual era toda para peatones y llegaba hasta la Plaza Vieja. En una de las esquinas de esta plaza había un local llamado Café Taberna, donde ofrecían una cena show con música en vivo, nada más y nada menos que con algunos músicos que formaron parte de Buena Vista Social Club y otros grupos tradicionales de Cuba. El local estaba lleno (de turistas, como era de suponer) y yo estaba cansado, así que decidí hacer la reserva para la noche siguiente. Revisé mi guía de Lonely Planet, y la recomendación era pagar sólo por el show (CUC 30) y no por la cena (adicional de CUC 20).



Instantes antes de salir hacia alguna avenida próxima para tomar un taxi me abordó una mujer que se presentó como Olga, tez oscura, poco menos de 30 años, poca estatura y subida de peso, se ofreció para conseguir buenas ubicaciones para la cena de la noche siguiente, además de llevarme a comprar algunos recuerdos a precios más bajos. Como dije antes, yo nunca contrato guías para mis viajes pero en esa ocasión debió haber sido el cansancio o la forma convincente de hablar (los cubanos en su mayoría caen muy simpáticos) que acepté encontrarla en la misma puerta del Café Taberna a la mañana siguiente. Siendo casi las 11 pm tomé un taxi de regreso al hotel.



Llegué al hotel y casi en automático subí hacia mi habitación… el calor era sofocante, abrí la amplia ventana frente a la cama y salí al balcón para ver el mar. Desde el piso 5 no había que hacer mucho esfuerzo para escuchar todo el movimiento de la zona, el sonido de las olas rompiendo en la pared de concreto que conforma el malecón, los pocos autos que transitaban a esa hora y las personas que se reunían a lo largo de la calle para conversar mientras bebían algo de ron, fumar y tocar algo de música. La idea de este boulevard bohemio no me desagradaba para nada, es más, creo que me hubiese gustado bajar y compartir algo de tiempo con ellos, conversar sobre la vida en Cuba, intercambiar experiencias y demás. El cansancio pudo más y me quedé a dormir.

Al día siguiente, fui al Café Taberna para encontrarme con Olga, quien ya me esperaba en la esquina donde la había encontrado la noche anterior. Después de reservar la mesa para el show de la noche, fuimos caminando hacia una feria de souvenirs mientras ella me contaba lo difícil de la situación en la isla: trabajar a cambio de sueldos bajos, artículos básicos a precios altos y algunos servicios restringidos, entre otras limitaciones. Mientras íbamos caminando pude ver muchos niños jugando en las calles, hombres de avanzada edad sentados bajo el umbral de las puertas de las casas fumando sus habanos como esperando que el tiempo pase hasta la hora de dormir, ropa tendida en las ventanas de la calle, negocios muy pequeños, anaqueles casi vacíos y autos de unos 50 años de antigüedad.



Caminamos hasta llegar a la avenida Del Puerto que recorría un tramo del litoral y conducía a una feria artesanal dentro de un galpón de concreto y estructuras metálicas oxidadas. Dentro de este edificio se habían instalado muchos puestos que ofrecían camisetas, souvenirs, artículos de madera, recuerdos, cueros, llaveros, etc. Compré algunos regalos y siendo casi la hora de almuerzo accedí ir a un lugar recomendado por Olga: un "paladar". Estos locales son negocios administrados por gente de casa que ofrecen comida en locales ambientados de forma muy casual. La idea era replicar la experiencia de la gente local. Caminamos mucho entre calles que me hacían recordar zonas muy peligrosas de Lima y el Callao; sin embargo, nunca me sentí amenazado. El gobierno de Cuba protege mucho a los turistas y las sanciones son muy drásticas para aquellos que asaltan o atentan contra ellos.



Llegamos al paladar San Lorenzo, en una calle cuyo nombre no recuerdo… subimos al segundo piso de una casa construida de madera y algo de concreto, muy antigua. El local era pequeño pero agradable. Éramos los primeros en llegar. Olga no deseaba comer y pidió un mojito. Vi la carta y ya empezaba a darme cuenta que mis sospechas iniciales eran correctas... los precios eran elevados para lo que ostentaba el local y, a juzgar por lo que comí, no era nada exquisito sino más bien promedio. Es difícil tratar de recordar por qué no me levanté y me fui del local pero lo cierto es que tampoco atiné a consultar con mi libro guía, así que asumí la responsabilidad. Al terminar de comer ya había decidido que no iría a ningún otro lugar con esta persona y seguiría por mi cuenta.

Bajamos y en plena calle Olga sugirió ir a otros sitios e incluso estaba haciendo planes para esa misma noche después del show de Buena Vista. Le seguí la corriente al mismo tiempo que iba planeando mi escape y le dije que quería ir al Museo del Ron (que en realidad debería llamarse Museo Havana Club). Noté que esto no estaba en su itinerario y aproveché para decirle que luego nos veríamos. Nos despedimos y en ese momento me fui casi corriendo hacia la feria de recuerdos que había visita temprano esa misma mañana, el Museo del Ron está ubicado muy cerca, casi llegando a la Plaza San Francisco. El ingreso costó CUC 7 y a decir verdad fue mucho pago para lo que ofrecían: un recorrido muy breve por unos ambientes pobremente ilustrados y una degustación minúscula de una sola (sí, una sola porque las demás las vendían) variedad de ron Havana Club.



Después de visitar el Museo Havana Club, digo… Museo del Ron, tomé un taxi (por CUC 10) hacia mi siguiente parada: la Plaza de la Revolución. Eran las 2 pm y estaba sufriendo el calor inclemente producto del sol radiante en medio de un cielo completamente despejado… el cansancio por la caminata de la mañana era evidente pero el entusiasmo podía más. Llegué casi las 3 pm y caminé hacia el centro de la plaza, donde se encuentra el memorial y monumento a José Marti. La posición del sol en el cielo y lo alto del monumento me ofrecían un cómodo espacio con sombra sobre el jardín, mi mochila como almohada y aproveché el momento para descansar un poco. Creo que me quedé dormido por una hora, despreocupado y totalmente relajado. Desperté y me senté a contemplar la plaza, con aquellos célebres edificios con los rostros de Fidel Castro y el Che Guevara, cada uno con una leyenda que decía: "vas bien Fidel" y "hasta la victoria siempre", respectivamente. Tomé un taxi de retorno al hotel, disfrutando el trayecto viendo los mercados comunales, niños jugando baseball y voleyball, edificios de departamentos siempre con la ropa tendida afuera de las ventanas...



Regresé al hotel para tomar una ducha bien fría (el calor y la caminata me pasaban factura) y me alisté para el show de la noche. Una mesa a dos filas del estrado, cerca a la barra y un par de mojitos para los previos… aparecieron los músicos en escena y ofrecieron un show impecable, voces intactas, gente bailando, aplausos incesantes. El local estaba abarrotado de gente (creo que unas 120 personas), de las cuales un 90% eran gringos (canadienses seguramente) y el resto argentinos, uruguayos y por supuesto, peruanos. Personalmente, puedo decir que esta noche pagó todas las expectativas del viaje y de este modo, había cumplido uno de los grandes motivos para venir a Cuba. Al final del show, pude acercarme a los músicos para agradecerles en persona por tanta calidad y vigencia.

Al salir del local, aún con la euforia por el espectáculo, vi a Olga que estaba parada afuera del local esperando para llevarme a un local a beber y bailar. Pagaría por ver el cambio en la expresión de mi rostro al verla afuera. En ese momento le dije que estaba muy cansado y que lo único que quería era ir a mi hotel a dormir… y que ya veríamos luego si nos encontrábamos. Ella entendió el mensaje y me dejó ir sin mayor comentario. Tomé un taxi y me fui al hotel a beber unas cervezas antes de descansar.

Al llegar, me encontré con otra realidad de La Habana: varias mujeres (y algunos hombres) que no eran huéspedes del hotel, se paseaban por el bar muy bien vestidos y perfumados, buscando conversar con los turistas que en su mayoría se mostraban bastante asequibles. Recordé que había leído algo de esto antes, muchas de estas personas buscan conocer turistas esperando pasarla bien y en algunos casos con más suerte, abrocharse con alguien que los saque de la isla. Aunque sinceramente no podría decir cuál es la tasa de éxito de estos últimos.

El jueves temprano salí hacia el Museo de la Revolución, el cual se encuentra dentro de un edificio hermoso con una bandera cubana en la cima. La entrada costó CUC 6 y estaba lleno de artículos, fotos, recortes periodísticos, maquetas, esculturas y demás referencias a la pugna de un joven Fidel Castro por levantarse en armas contra el gobierno de turno. Acompañado de los hoy mártires Camilo Cienfuegos y el doctor argentino Ernesto "Che" Guevara lograron congregar multitudes y finalmente, establecerse en el poder... hasta nuestros días. Este museo es básicamente una oda al comunismo, un homenaje a esos revolucionarios que se apoderaron de la isla para someterla al régimen actual, con detractores y seguidores, que ha sabido mantenerse por décadas. 



Uno de los salones del museo era prácticamente una réplica (en menor escala) del salón de los espejos del Palacio de Versalles, el cual estaba adornado con algunas pinturas en el techo y demás filigrana. La tarifa pagada me dio acceso al salón presidencial, el cual tenía un busto de Marti detrás del sillón presidencial, un despacho de madera y al lado, el famoso teléfono bañado en oro (alguna vez se pensó que era de oro macizo) regalo de una compañía de teléfonos de Cuba. Saliendo por la parte trasera del museo, está el Memorial Granma, donde se mostraban algunos vehículos de la época como aviones, tanques, autos y restos de un proyectil utilizado en la guerra. En resumen, la visita a este museo me tomó casi una mañana completa y creo que lo amerita, considerando que la historia más relevante de este país es bastante reciente.



Después de salir del museo fui caminando hacia un restaurante recomendado por Lonely Planet: Café Lamparilla, ubicado en el cruce de la calle Mercaderes con la calle Lamparilla. A diferencia del almuerzo del día anterior, la comida allí estuvo fabulosa: tapas, pastas y ensaladas, la cerveza bien fría y refrescante a unos precios increíblemente bajos para la calidad de comida! Los precios oscilaban entre CUC 3 y 6 (platos de fondo) y considerando la buena atención, ubicación y comodidad, sin dudar decidí que volvería al día siguiente para almorzar. Mi siguiente parada sería el mirador de La Habana y la Fortaleza de San Carlos para lo cual debía tomar un taxi.

Llegué un poco temprano al mirador, justo para contemplar el panorama de la ciudad antes y durante el atardecer. Desde esta terraza se puede ver claramente el Capitolio, el malecón, el Castillo de la Guardia Nacional, entre otros. Además, en el mismo mirador tienen un monumento a Cristo muy bonito. Al igual que el día anterior, también aproveché para descansar un poco contemplado el hermoso paisaje y esperando la visita a la fortaleza.



Salí de la zona del mirador y en la boletería me dijeron que todavía estaba a tiempo de comprar el ingreso para presenciar el cañonazo diario de las 9 pm. Compré un ticket en los asientos reservados por CUC 1 adicional. Leí mi guía y allí recomendaban un lugar para beber y comer algo ligero dentro de la fortaleza, pero al preguntar a la gente de los locales comerciales, todos me dijeron que ese local era muy caro y encima malo, invitándonos luego a pasar a otros que ellos conocían (obviamente no accedí, habiendo aprendido de la experiencia con Olga). Al poco rato me dijeron que los tickets comprados incluían un sandwich de jamón con queso y una bebida, así que ya no necesité comer nada más.



Después de ingresar a la fortaleza, crucé una calle llena de vendedores de artesanías y recuerdos (obviamente a precios superiores a los vistos en la feria del día anterior) así que no compré nada y fui hacia la parte alta de la fortaleza, desde donde se puede ver nuevamente el malecón y la ciudad de La Habana. Allí tomé algunas fotos mientras esperaba la ceremonia del cañonazo cuando advertí que la gente rumoreaba que la cantante Beyoncé asistiría esa noche a la ceremonia... y que estaría sentada en la misma zona donde yo estaría. No es que sea fan pero siendo una cantante conocida, era lógico que causara algo de curiosidad. Casi al mismo tiempo, me di con la sorpresa que la batería de mi cámara se había agotado así que las fotos del cañonazo (y las potenciales fotos de Beyoncé) nunca sucederían.

La ceremonia fue simple, casi una decena de soldados marchando de lado a lado y al final uno de ellos encendiendo la mecha del cañón que retumbó los oídos de todos los asistentes. Beyoncé nunca apareció y al terminar, di un recorrido final a la zona y siendo casi las 10 pm tomé un taxi hacia el hotel. Para mala suerte, al poco tiempo de iniciado el trayecto pero ya en la carretera, el auto se descompuso y el conductor me pidió que tome otro taxi... en medio de una autopista oscura, sin paraderos ni zonas urbanas cerca... al poco rato apareció un auto tipo jeep todo cubierto que se detuvo y ofreció llevarne. Aunque al inicio no estaba tan confiado de abordarlo (dentro habían 3 personas que potencialmente podían asaltarme) lo hice. En el trayecto casi no conversé con ellos y me dejaron en la puerta del hotel, previo pago de CUC 6. Me fui a descansar sabiendo que me quedaba el viernes y la mañana del sábado para pasear en Cuba... el viaje estaba llegando a su fin.



El viernes temprano y como todos los días, tomé desayuno en el hotel y decidí ir al Museo de Bellas Artes, el cual estaba ubicado muy cerca del Museo de la Revolución. Mi plan era almorzar al Café Lamparilla y luego ir al otro bar famoso de La Habana: El Floridita (cuna del diaquiri, según reza la leyenda) y luego al Hotel Nacional para probar el mojito. Estando en el Museo de Bellas Artes di un largo recorrido por las muestras de pinturas y esculturas de diversos artistas cubanos, muchas de estas luego se ofrecerían en réplicas en el bazar del museo. Además, tenían una amplia colección de afiches de festivales cinematográficos para artistas independientes. La cantidad de piezas de este museo era muy numerosa y me tomó más de 3 horas recorrerlo parcialmente (gente con mayor capacidad artística se tomará más tiempo). No se permitía el uso de cámaras fotográficas dentro del museo. Durante este recorrido, nos dimos cuenta que afuera había empezado una lluvia bastante fuerte así que al terminar esta visita, me quedé en el cafetín tomando un algo (pésimo servicio, precios regulares) y luego visité el bazar donde compré algunas cosas interesantes: 2 réplicas de las pinturas que más me gustaron y un juego de tazas de café expreso como recuerdo para mi mamá. La vendedora los envolvió muy bien en sus cajas (felizmente no ocupaban mucho espacio) y hechas las compras, estaba listo para almorzar y probar el daiquiri.

Caminé hacia el Café Lamparilla, donde almorcé y tomé un refresco. Para esto, la lluvia ya había cesado y me permitía hacer algunas visitas previas al Floridita: Museo del Automóvil (CUC 5, se paga un adicional por tomar fotos) que sinceramente no recomendaría ya que no es más que un corral amplio y oscuro con unos 10 autos viejos al azar con una pobre leyenda, el Museo de Arte Natural (CUC 3), ubicado en la Plaza de Armas de La Habana, que sí fue más ilustrativo y entretenido, con muestras de animales disecados de los diversos continentes del mundo, además de una muestra de la fauna cubana. Finalmente, terminé en Plaza de Armas a descansar un poco antes de ir por los daiquiris. Llegué al citado local y desde afuera me di cuenta que estaba abarrotado de gente, más que nada turistas (como es de suponer). Logré entrar y esperé atención mientras escuchaba otro grupo tocando música cubana en vivo... llegaron los daiquiris: muy buenos, habían frutados de fresa, de piña, de plátano... pero la guía de Lonely Planet recomendaba pedir el "Papa Hemingway Special" que era el daiquiri con toronja, un poco más fuerte que el convencional y que invitaba retadores a batir el récord de 16 tragos. Pedí 2 de esos y puedo asegurar que son buenos, un poco más amargos que los clásicos pero creo que es imposible beber más de 5 sin caerse al suelo. Al poco rato llegaron casi 30 turistas italianos haciendo alboroto y clamando sus daiquiris, se quedaron media hora y así como llegaron se fueron, no sin antes tomarse una foto con la estatua de bronce de Hemingway, a un lado de la barra.

Salí del Floridita y me percaté que en la misma calle, a unos metros, había una licorería relativamente grande así que pensé que allí podría encontrar algunas botellas de ron a buenos precios. Subí al segundo piso y grata fue mi sorpresa al ver que el local estaba bastante bien surtido con diferentes marcas y variedades de ron, habanos, entre otros. Compré varias botellas (al ingresar a Perú, los inspectores de aduanas, podrían retener todo lo que excediera los 3 litros de bebidas alcohólicas, así que ese fue mi límite) entre las que estaban el ron Havana Club Ritual y una variedad llamada Selección de Maestros, también de Havana Club. Los precios fueron de CUC 7,5 y CUC 40, respectivamente. Bajé de esta tienda y noté que el cielo estaba completamente nublado, y a pesar que el sol no se dejaba ver y sentía que volvería a llover el calor aún era notorio... tomé un taxi hacia mi hotel para dejar las botellas de ron y tomar una ducha antes de ir hacia el Hotel Nacional. 



Después de ducharme me puse un polo rojo con la silueta del Che Guevara estampada en color oscuro que había comprado más temprano y decidí caminar por todo el malecón hasta llegar al Hotel Nacional. Habiendo pasado una hora desde que salí del Floridita, el clima no había mejorado... había llovido mucho en la mañana, durante la tarde estuvo nublado y a la hora que caminé por el malecón, la marea estaba muy agitada por lo que la caminata estuvo acompañada por constantes salpicones de agua de mar. Creo que no caminé más de 2 km hasta que llegué hasta la base de un pequeño acantilado que es donde emerge el hotel y di la vuelta para llegar hasta su fachada principal. Ya había leído que el mojito que servían en el bar del hotel era muy bueno y estaba dispuesto a comprobarlo. Creo que fui el primero en sentarme en el bar, ordené un mojito y un habano Cohiba para completar plenamente la experiencia... pero faltaba algo... la música. Encontré una rocola en una esquina y al acercarme para echar una moneda me di con la sorpresa que no funcionaba pero casi como caídos del cielo llegaron unos músicos tocando el oriundo son cubano, casi exclusivamente para mi, pedí una segunda ronda de mojito. Quizás fue el acompañamiento del habano, la música o el ambiente pero concluí que ese fue el mejor mojito que había probado en la isla. Y para hacerlo aún mejor, aunque en un principio no lo parecía (por estar en el bar del quizás mejor hotel de la ciudad) los precios fueron muy cómodos: CUC 4 por cada mojito y CUC 8 por el habano.

Después de disfrutar de esos mojitos, y como era obvio, me dio hambre y nuevamente recurrí a la Lonely Planet para encontrar algún lugar cercano donde se pueda comer algo bueno... resulta que a pocos metros de allí había una trattoria llamada Maraka's. Según información de la guía, este local servía las mejores pizzas y pastas de Cuba, así que sin pensarlo ya estaba caminando hacia este lugar. El local estaba ubicado a sólo 2 cuadras caminando a lo largo de la Calle O, hacia el sureste, y no tiene mucha publicidad desde afuera pero es bastante amplio por dentro. Pedí una pizza con salame, aceitunas y pimiento, y sinceramente debo decir que estuvo muy bueno. No llega a superar a las mejores pizzas que probé en mi vida pero tiene una muy buena calificación. Cada pizza podría ser compartida entre 2 personas de apetito promedio a un precio de CUC 6 (bastante económico!). Esta fue la cena perfecta para cerrar este viaje. Ya de noche, regresé a mi hotel para pasar mi última noche en Cuba.

Esa noche, debido al estado del clima a lo largo del día, el mar estaba bastante movido. Las olas golpeaban fuertemente el malecón construido de concreto y rocas y el viento silbaba fuerte simulando una tétrica escena de tormenta. Parecía que Cuba se quería despedir con una noche para recordar... y lo logró. Esa madrugada me desperté hasta en 2 ocasiones por el ruido del mar y el viento. Temprano por la mañana desperté y encontré el mar mucho más calmado, el día soleado y como dándome la bienvenida para una nueva caminata, breve porque pasado el medio día partiría hacia Lima. Mucho más pausado y relajado, caminé a lo largo del Paseo Marti, llegando hasta el Capitolio y la entrada al Barrio Chino.



En pleno Parque de la Fraternidad, a las afueras del Hotel Saratoga, una multitud de gente pugnaba por acercarse lo más cerca hacia el frontis del hotel... pregunté y me dijeron que Beyoncé estaba hospedada en ese lugar, y que había reservado un piso completo para ella y sus acompañantes. No le presté atención y me fui hacia la calle Mercaderes, cerca al Café Taberna, donde está el Museo del Chocolate (un lugar que ya había visitado antes). Un par de vasos de chocolate bien frío para aplacar el calor agobiante y unas cajas de chocolates rellenos para compartir con la familia y amigos. Caminé un poco más hacia la avenida Del Puerto y tomé un taxi de regreso al hotel.



El taxi que me llevaría al aeropuerto me cobró CUC 25 y el trayecto tomó unos 35 minutos. Antes de partir, debía deshacerme de todos los pesos convertibles que tenía, y no tuve mejor idea que comprar más habanos. Los precios eran similares a los de la calle, por lo que recomendaría comprarlos allí si alguien me pregunta. Esperé a que habilitaran el registro de pasajeros de nuestro vuelo (ya que llegué con 4 horas de anticipación), pagué el impuesto de salida (CUC 25, en efectivo), pasé por migraciones (incluída una foto de salida) y pasé a la zona de embarque que era una gran sala con puertas hacia los lados y un mini restaurante (básicamente sandwiches, bebidas y snacks) en medio. No wifi, pero sí habían unas computadoras con internet (previo pago). Decidí esperar a conectarme desde el aeropuerto de Bogotá pero andaba algo ansioso por saber qué había pasado en Perú después de 8 días sin conocer noticia alguna. Al poco rato ya estaba abordando el vuelo de regreso, muy feliz por todo lo vivido y a la vez pensando cuál sería mi siguiente destino... 

Datos Útiles (aprox.):
Moneda: Peso Cubano Convertible, CUC 1 = US$ 1
Visa: Trámite no documentado, US$ 20 + seguro
Impuesto de salida en aeropuerto de La Habana: CUC 25
Vuelos (ida y vuelta desde Lima): US$ 700
Hotel Cuatro Palmas en Varadero (por noche): US$ 130
Hotel Deauville en La Habana (por noche): US$ 60
Comidas (promedio por persona): US$ 6 - 15
Cerveza (botella/lata de 350 ml): US$ 1,5