martes, 16 de abril de 2013

Cuba 2013

Cuba es uno de esos países pequeños en extensión pero inmensos en legado que combina una rica historia con una realidad que muchos encuentran difícil de entender. La situación política en la isla ha hecho que sus pobladores vivan a un ritmo distinto que otros países del mundo, privados quizás de lo que en otros lados es cotidiano como el acceso al internet (cafés y hoteles sin wifi que me hizo recordar cómo se vivía a finales de los 90s) y el régimen político pro comunista que limita las inversiones extranjeras y por ende el desarrollo económico y, en algunos casos las limitaciones a la libertad de expresión. Por otro lado, Cuba tiene mucho por ofrecer al mundo: una ciudad vibrante en La Habana, playas paradisiacas en Varadero y un legado musical grandioso.

Antes de salir de Lima, debía tramitar la tarjeta de turismo, la cual tenía un costo de US$ 20 por persona, además de adquirir un seguro médico (obligatorio) en una agencia de viajes por aproximadamente US$ 3,5 por cada día en la isla. Personalmente, no me gusta contratar agencias de viaje pero obtener esta tarjeta de seguro era más fácil a través de una agencia y fue lo único que arreglé con ellos, ya que lo demás lo organicé por mi cuenta. Además de eso, estaba al tanto que debía llevar dinero en efectivo dado que en Cuba el uso de tarjetas de crédito no es tan masivo como en cualquier otro país. Según lo que pude investigar, la moneda que recomendaban llevar era el Euro, dado que las tasas de cambio eran más convenientes que las ofrecidas para Dólares Americanos.

Así, compré los boletos de avión vía Avianca saliendo de Lima hacia La Habana con una escala en San Salvador. Al regreso tomaría un vuelo desde La Habana hacia Bogotá y luego a Lima. Ambas escalas de poco más de una hora cada una, por lo que el viaje no se hizo muy pesado. Pocas horas después de haber partido desde Lima y ya me encontraba en el aeropuerto de San Salvador, del cual no tenía ninguna referencia previa pero me pareció muy pequeño para ser el hub internacional de Taca. Casi todos los viajeros eran centroamericanos, creo que muy pocos sudamericanos y de entre todos los establecimientos resaltaba un café llamado Tapacun, el cual ofrecía unos sandwiches muy buenos, de un estilo mexicano además de platos con tortillas, frijoles, huevos y queso. Obviamente, el olorcito a buen café era irresistible, un expreso y buscar la siguiente puerta de embarque ya que en pocos minutos partiría hacia La Habana.

Al llegar a La Habana uno entiende mejor el manejo de la divisa cubana. Los turistas utilizan los pesos cubanos convertibles (CUC) que al cambio equivale a aproximadamente US$ 1. Los cubanos utilizan los pesos cubanos o moneda nacional (MN) que al cambio se tiene que 1 CUC equivale a 25 MN. El cambio de Euro a CUC (por cada Euro se reciben aproximadamente 1,25 CUC) se realiza en una casa de cambio dentro del aeropuerto, después de pasar los controles migratorios (incluída una foto de ingreso) y recoger las maletas, casi a la salida donde una gran cantidad de personas ofrecen sus servicios de taxi a los recién llegados. Un breve comentario sobre el aeropuerto de La Habana es que luce bastante anticuado en comparación con aeropuertos locales del interior de Perú, inclusive. Señalización que parece haber sido pintada a mano en carteles de madera, iluminación primitiva y otros detalles que daban la impresión de haber hecho un viaje en el tiempo.

Después de obtener algunos CUC, sin haber almorzado y siendo casi las 2 pm, contraté un taxi que por 80 CUC me llevaría en 2 horas hacia Varadero. La opción del taxi era de lejos mucho más conveniente que tomar el bus que costaba 10 CUC por persona pero salía a las 5:30 pm desde el centro de La Habana. Esta decisión me permitió conocer de primera mano sobre la vida en Cuba a través de la conversación con el conductor, un muchacho de unos 30 años, que según sus comentarios estaba en desacuerdo con el régimen de Castro pero que era optimista y sobretodo muy orgulloso de ser cubano. En medio del trayecto paramos en el mirador de Bacunayagua desde el cual se puede ver el puente que define el límite entre las provincias de La Habana y Matanzas. Una tienda de souvenirs, libros y revistas y al lado una barra que ofrecía piñas coladas heladas a todos los visitantes... inicio perfecto de unas vacaciones muy relajadas. 



En Varadero, me hospedé en el hotel Cuatro Palmas. La reservación fue hecha desde Lima y al ver las instalaciones en directo supe que para el precio pagado (aproximadamente 100 Euros por noche) estaba bien. Sin embargo, me topé con una grata sorpresa al saber que ese precio incluía comidas y bebidas por toda la estancia (la tarifa era all inclusive y yo recién me enteraba en la recepción!). La habitación era amplia y cómoda pero hubo un pequeño detalle... no tenían wifi. Entendí que, para facilitar el relajo y la desconexión total del mundo esto caía a pelo, además que la piscina allá afuera se veía espectacular y la salida a la playa estaba a sólo unos pasos. Como era de suponer, durante toda mi estadía tampoco encendí el antiguo televisor de mi habitación.

Describir las playas de Varadero con palabras sería muy difícil y creo que no podría hacerle justicia pero lo podría resumir diciendo que son de postal. Arena blanca como en casi todo el Caribe, mar de color turquesa a una temperatura ideal para refrescarse y poca profundidad hasta unos 100 metros desde la orilla, lo cual me hacía sentir como estar en una piscina inmensa, con peces nadando libres por todos lados. Dado que este viaje fue en temporada baja, había poca gente alrededor, lo cual hizo que este viaje sea mucho más relajado. Por la noche, inicio perfecto con langosta para la cena mientras unos músicos locales tocaban canciones cubanas de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Buena Vista Social Club. Así, transcurría la tarde del sábado y casi todo el domingo, disfrutando de la playa, la piscina y bebiendo la buena cerveza local "Bucanero".



Esa noche, decidí tomar un tour (ofrecido en el lobby del hotel) hacia Cayo Blanco que incluía el transporte en bus desde el hotel hacia el muelle de embarque y viceversa, ida y vuelta en un catamarán, comidas y cuantas bebidas uno quisiera, una sesión de snorkel con equipos incluidos y la entrada al parque acuático para ver un espectáculo con delfines. El costo del tour fue de US$ 85 y pienso que valió la pena. El bus pasó el lunes poco antes de las 8 am y en el trayecto fue recogiendo personas de otros hoteles que habían contratado el mismo tour. Cuando llegamos al catamarán supe que la iba a pasar muy bien: tomar sol, escuchar música y beber unas cervezas. Al poco rato habíamos llegado a un lugar mar adentro donde nos indicaron que podíamos bajar para hacer snorkel. La experiencia en sí no fue tan buena, el agua no era tan clara como en otros sitios y no habían tantos peces que se pudieran ver (a diferencia de Isla Mujeres en México o Ilha Grande en Brasil donde el snorkel es memorable).

Poco tiempo después, llegamos a Cayo Blanco. Definitivamente, disfruté esa playa con aguas turquesas y arena blanca... además teníamos más cerveza, refrescos, hamburguesas (no muy recomendables pero después de nadar da mucha hambre) y el almuerzo buffet que contenía langosta (no tan sabrosa como la de Varadero), pollo, ensaladas, entre otros. Pasadas las 4 pm, volvimos a abordar el catamarán para ir al acuario donde disfrutamos del show con delfines. Finalmente, retorné al hotel a cenar y beber un poco más antes de dormir, ya que al día siguiente disfrutaría del último día de playa antes de partir hacia La Habana. Para esto, ya había hablado con un taxista a las afueras del hotel que ofreció llevarme por 80 CUC, lo cual me pareció razonable. Los turistas eran en su mayoría rusos, algunos franceses, canadienses y unos pocos argentinos. 



Después de una mañana en la playa y almuerzo en el hotel, a las 2 pm salimos rumbo a La Habana. Durante nuestro viaje, pasamos por la ciudad de Matanzas cuyos edificios tenían un estilo arquitectónico similar al de La Habana pero en menor escala. Seguimos de largo ya que mi impaciencia por conocer la capital podía más. Cerca de las 4 pm llegué al hotel, el Deauville, el cual a pesar de estar en medio de un vecindario para nada fastuoso estaba bien ubicado muy cerca al Paseo Marti, en todo el malecón. El personal de recepción no era muy amigable pero al saber que tenía una habitación con vista al mar me olvidé de ese detalle. Lo que no pude olvidar porque sería algo cotidiano durante mi estadía fue que de los 2 ascensores del hotel, sólo uno estaba en funcionamiento por lo que muchas veces tenía que esperar varios minutos para subir a la habitación.



Por la tarde, salí a recorrer el centro de La Habana, que me quedaba muy cerca y lo hice a pie. Empecé por el Paseo Marti, pasé frente al Museo de la Revolución, el Gran Teatro hasta llegar al Capitolio. Toda la arquitectura de esa parte de la ciudad me encantó, se veía mucho arte y cuidado en mantener estos edificios tan emblemáticos y declarados patrimonio cultural por la UNESCO. Al mismo tiempo, empecé a lidiar con el constante asedio de los locales ofreciendo servicios de guía, taxi, paseos en carrozas, habanos baratos, entradas a espectáculos musicales, restaurantes, entre otras cosas. Aunque sabía que La Habana era una ciudad muy segura (a pesar que algunas zonas no lo parecen) muchas veces me sentí cansado de la insistencia de algunas personas. Así, caminando por las calles y sin pensarlo encontré el característico letrero rectangular de como amarillo y letras negras: La Bodegita del Medio. Según dicen, alguna vez aquí se servían los mejores mojitos de Cuba y aunque me pareció que estaban muy buenos, mucha gente dice que solían ser mejores. Ya casi había caído la noche así que aproveché en cenar allí mismo... todo muy bien y a un buen precio, entre CUC 10 a 15. Después de pagar la cuenta, el mozo me prestó un marcador para poder dejar un recuerdo en una de las paredes del local, como manda la costumbre.



Salí de la Bodeguita y caminé pocos metros para llegar a la Plaza de la Catedral. La imagen nocturna de la Catedral era muy linda, la iluminación y un par de restaurantes ubicados en la misma plaza con unas mesas afuera y buen ambiente. Cruzando la plaza, encontré la calle Mercaderes, la cual era toda para peatones y llegaba hasta la Plaza Vieja. En una de las esquinas de esta plaza había un local llamado Café Taberna, donde ofrecían una cena show con música en vivo, nada más y nada menos que con algunos músicos que formaron parte de Buena Vista Social Club y otros grupos tradicionales de Cuba. El local estaba lleno (de turistas, como era de suponer) y yo estaba cansado, así que decidí hacer la reserva para la noche siguiente. Revisé mi guía de Lonely Planet, y la recomendación era pagar sólo por el show (CUC 30) y no por la cena (adicional de CUC 20).



Instantes antes de salir hacia alguna avenida próxima para tomar un taxi me abordó una mujer que se presentó como Olga, tez oscura, poco menos de 30 años, poca estatura y subida de peso, se ofreció para conseguir buenas ubicaciones para la cena de la noche siguiente, además de llevarme a comprar algunos recuerdos a precios más bajos. Como dije antes, yo nunca contrato guías para mis viajes pero en esa ocasión debió haber sido el cansancio o la forma convincente de hablar (los cubanos en su mayoría caen muy simpáticos) que acepté encontrarla en la misma puerta del Café Taberna a la mañana siguiente. Siendo casi las 11 pm tomé un taxi de regreso al hotel.



Llegué al hotel y casi en automático subí hacia mi habitación… el calor era sofocante, abrí la amplia ventana frente a la cama y salí al balcón para ver el mar. Desde el piso 5 no había que hacer mucho esfuerzo para escuchar todo el movimiento de la zona, el sonido de las olas rompiendo en la pared de concreto que conforma el malecón, los pocos autos que transitaban a esa hora y las personas que se reunían a lo largo de la calle para conversar mientras bebían algo de ron, fumar y tocar algo de música. La idea de este boulevard bohemio no me desagradaba para nada, es más, creo que me hubiese gustado bajar y compartir algo de tiempo con ellos, conversar sobre la vida en Cuba, intercambiar experiencias y demás. El cansancio pudo más y me quedé a dormir.

Al día siguiente, fui al Café Taberna para encontrarme con Olga, quien ya me esperaba en la esquina donde la había encontrado la noche anterior. Después de reservar la mesa para el show de la noche, fuimos caminando hacia una feria de souvenirs mientras ella me contaba lo difícil de la situación en la isla: trabajar a cambio de sueldos bajos, artículos básicos a precios altos y algunos servicios restringidos, entre otras limitaciones. Mientras íbamos caminando pude ver muchos niños jugando en las calles, hombres de avanzada edad sentados bajo el umbral de las puertas de las casas fumando sus habanos como esperando que el tiempo pase hasta la hora de dormir, ropa tendida en las ventanas de la calle, negocios muy pequeños, anaqueles casi vacíos y autos de unos 50 años de antigüedad.



Caminamos hasta llegar a la avenida Del Puerto que recorría un tramo del litoral y conducía a una feria artesanal dentro de un galpón de concreto y estructuras metálicas oxidadas. Dentro de este edificio se habían instalado muchos puestos que ofrecían camisetas, souvenirs, artículos de madera, recuerdos, cueros, llaveros, etc. Compré algunos regalos y siendo casi la hora de almuerzo accedí ir a un lugar recomendado por Olga: un "paladar". Estos locales son negocios administrados por gente de casa que ofrecen comida en locales ambientados de forma muy casual. La idea era replicar la experiencia de la gente local. Caminamos mucho entre calles que me hacían recordar zonas muy peligrosas de Lima y el Callao; sin embargo, nunca me sentí amenazado. El gobierno de Cuba protege mucho a los turistas y las sanciones son muy drásticas para aquellos que asaltan o atentan contra ellos.



Llegamos al paladar San Lorenzo, en una calle cuyo nombre no recuerdo… subimos al segundo piso de una casa construida de madera y algo de concreto, muy antigua. El local era pequeño pero agradable. Éramos los primeros en llegar. Olga no deseaba comer y pidió un mojito. Vi la carta y ya empezaba a darme cuenta que mis sospechas iniciales eran correctas... los precios eran elevados para lo que ostentaba el local y, a juzgar por lo que comí, no era nada exquisito sino más bien promedio. Es difícil tratar de recordar por qué no me levanté y me fui del local pero lo cierto es que tampoco atiné a consultar con mi libro guía, así que asumí la responsabilidad. Al terminar de comer ya había decidido que no iría a ningún otro lugar con esta persona y seguiría por mi cuenta.

Bajamos y en plena calle Olga sugirió ir a otros sitios e incluso estaba haciendo planes para esa misma noche después del show de Buena Vista. Le seguí la corriente al mismo tiempo que iba planeando mi escape y le dije que quería ir al Museo del Ron (que en realidad debería llamarse Museo Havana Club). Noté que esto no estaba en su itinerario y aproveché para decirle que luego nos veríamos. Nos despedimos y en ese momento me fui casi corriendo hacia la feria de recuerdos que había visita temprano esa misma mañana, el Museo del Ron está ubicado muy cerca, casi llegando a la Plaza San Francisco. El ingreso costó CUC 7 y a decir verdad fue mucho pago para lo que ofrecían: un recorrido muy breve por unos ambientes pobremente ilustrados y una degustación minúscula de una sola (sí, una sola porque las demás las vendían) variedad de ron Havana Club.



Después de visitar el Museo Havana Club, digo… Museo del Ron, tomé un taxi (por CUC 10) hacia mi siguiente parada: la Plaza de la Revolución. Eran las 2 pm y estaba sufriendo el calor inclemente producto del sol radiante en medio de un cielo completamente despejado… el cansancio por la caminata de la mañana era evidente pero el entusiasmo podía más. Llegué casi las 3 pm y caminé hacia el centro de la plaza, donde se encuentra el memorial y monumento a José Marti. La posición del sol en el cielo y lo alto del monumento me ofrecían un cómodo espacio con sombra sobre el jardín, mi mochila como almohada y aproveché el momento para descansar un poco. Creo que me quedé dormido por una hora, despreocupado y totalmente relajado. Desperté y me senté a contemplar la plaza, con aquellos célebres edificios con los rostros de Fidel Castro y el Che Guevara, cada uno con una leyenda que decía: "vas bien Fidel" y "hasta la victoria siempre", respectivamente. Tomé un taxi de retorno al hotel, disfrutando el trayecto viendo los mercados comunales, niños jugando baseball y voleyball, edificios de departamentos siempre con la ropa tendida afuera de las ventanas...



Regresé al hotel para tomar una ducha bien fría (el calor y la caminata me pasaban factura) y me alisté para el show de la noche. Una mesa a dos filas del estrado, cerca a la barra y un par de mojitos para los previos… aparecieron los músicos en escena y ofrecieron un show impecable, voces intactas, gente bailando, aplausos incesantes. El local estaba abarrotado de gente (creo que unas 120 personas), de las cuales un 90% eran gringos (canadienses seguramente) y el resto argentinos, uruguayos y por supuesto, peruanos. Personalmente, puedo decir que esta noche pagó todas las expectativas del viaje y de este modo, había cumplido uno de los grandes motivos para venir a Cuba. Al final del show, pude acercarme a los músicos para agradecerles en persona por tanta calidad y vigencia.

Al salir del local, aún con la euforia por el espectáculo, vi a Olga que estaba parada afuera del local esperando para llevarme a un local a beber y bailar. Pagaría por ver el cambio en la expresión de mi rostro al verla afuera. En ese momento le dije que estaba muy cansado y que lo único que quería era ir a mi hotel a dormir… y que ya veríamos luego si nos encontrábamos. Ella entendió el mensaje y me dejó ir sin mayor comentario. Tomé un taxi y me fui al hotel a beber unas cervezas antes de descansar.

Al llegar, me encontré con otra realidad de La Habana: varias mujeres (y algunos hombres) que no eran huéspedes del hotel, se paseaban por el bar muy bien vestidos y perfumados, buscando conversar con los turistas que en su mayoría se mostraban bastante asequibles. Recordé que había leído algo de esto antes, muchas de estas personas buscan conocer turistas esperando pasarla bien y en algunos casos con más suerte, abrocharse con alguien que los saque de la isla. Aunque sinceramente no podría decir cuál es la tasa de éxito de estos últimos.

El jueves temprano salí hacia el Museo de la Revolución, el cual se encuentra dentro de un edificio hermoso con una bandera cubana en la cima. La entrada costó CUC 6 y estaba lleno de artículos, fotos, recortes periodísticos, maquetas, esculturas y demás referencias a la pugna de un joven Fidel Castro por levantarse en armas contra el gobierno de turno. Acompañado de los hoy mártires Camilo Cienfuegos y el doctor argentino Ernesto "Che" Guevara lograron congregar multitudes y finalmente, establecerse en el poder... hasta nuestros días. Este museo es básicamente una oda al comunismo, un homenaje a esos revolucionarios que se apoderaron de la isla para someterla al régimen actual, con detractores y seguidores, que ha sabido mantenerse por décadas. 



Uno de los salones del museo era prácticamente una réplica (en menor escala) del salón de los espejos del Palacio de Versalles, el cual estaba adornado con algunas pinturas en el techo y demás filigrana. La tarifa pagada me dio acceso al salón presidencial, el cual tenía un busto de Marti detrás del sillón presidencial, un despacho de madera y al lado, el famoso teléfono bañado en oro (alguna vez se pensó que era de oro macizo) regalo de una compañía de teléfonos de Cuba. Saliendo por la parte trasera del museo, está el Memorial Granma, donde se mostraban algunos vehículos de la época como aviones, tanques, autos y restos de un proyectil utilizado en la guerra. En resumen, la visita a este museo me tomó casi una mañana completa y creo que lo amerita, considerando que la historia más relevante de este país es bastante reciente.



Después de salir del museo fui caminando hacia un restaurante recomendado por Lonely Planet: Café Lamparilla, ubicado en el cruce de la calle Mercaderes con la calle Lamparilla. A diferencia del almuerzo del día anterior, la comida allí estuvo fabulosa: tapas, pastas y ensaladas, la cerveza bien fría y refrescante a unos precios increíblemente bajos para la calidad de comida! Los precios oscilaban entre CUC 3 y 6 (platos de fondo) y considerando la buena atención, ubicación y comodidad, sin dudar decidí que volvería al día siguiente para almorzar. Mi siguiente parada sería el mirador de La Habana y la Fortaleza de San Carlos para lo cual debía tomar un taxi.

Llegué un poco temprano al mirador, justo para contemplar el panorama de la ciudad antes y durante el atardecer. Desde esta terraza se puede ver claramente el Capitolio, el malecón, el Castillo de la Guardia Nacional, entre otros. Además, en el mismo mirador tienen un monumento a Cristo muy bonito. Al igual que el día anterior, también aproveché para descansar un poco contemplado el hermoso paisaje y esperando la visita a la fortaleza.



Salí de la zona del mirador y en la boletería me dijeron que todavía estaba a tiempo de comprar el ingreso para presenciar el cañonazo diario de las 9 pm. Compré un ticket en los asientos reservados por CUC 1 adicional. Leí mi guía y allí recomendaban un lugar para beber y comer algo ligero dentro de la fortaleza, pero al preguntar a la gente de los locales comerciales, todos me dijeron que ese local era muy caro y encima malo, invitándonos luego a pasar a otros que ellos conocían (obviamente no accedí, habiendo aprendido de la experiencia con Olga). Al poco rato me dijeron que los tickets comprados incluían un sandwich de jamón con queso y una bebida, así que ya no necesité comer nada más.



Después de ingresar a la fortaleza, crucé una calle llena de vendedores de artesanías y recuerdos (obviamente a precios superiores a los vistos en la feria del día anterior) así que no compré nada y fui hacia la parte alta de la fortaleza, desde donde se puede ver nuevamente el malecón y la ciudad de La Habana. Allí tomé algunas fotos mientras esperaba la ceremonia del cañonazo cuando advertí que la gente rumoreaba que la cantante Beyoncé asistiría esa noche a la ceremonia... y que estaría sentada en la misma zona donde yo estaría. No es que sea fan pero siendo una cantante conocida, era lógico que causara algo de curiosidad. Casi al mismo tiempo, me di con la sorpresa que la batería de mi cámara se había agotado así que las fotos del cañonazo (y las potenciales fotos de Beyoncé) nunca sucederían.

La ceremonia fue simple, casi una decena de soldados marchando de lado a lado y al final uno de ellos encendiendo la mecha del cañón que retumbó los oídos de todos los asistentes. Beyoncé nunca apareció y al terminar, di un recorrido final a la zona y siendo casi las 10 pm tomé un taxi hacia el hotel. Para mala suerte, al poco tiempo de iniciado el trayecto pero ya en la carretera, el auto se descompuso y el conductor me pidió que tome otro taxi... en medio de una autopista oscura, sin paraderos ni zonas urbanas cerca... al poco rato apareció un auto tipo jeep todo cubierto que se detuvo y ofreció llevarne. Aunque al inicio no estaba tan confiado de abordarlo (dentro habían 3 personas que potencialmente podían asaltarme) lo hice. En el trayecto casi no conversé con ellos y me dejaron en la puerta del hotel, previo pago de CUC 6. Me fui a descansar sabiendo que me quedaba el viernes y la mañana del sábado para pasear en Cuba... el viaje estaba llegando a su fin.



El viernes temprano y como todos los días, tomé desayuno en el hotel y decidí ir al Museo de Bellas Artes, el cual estaba ubicado muy cerca del Museo de la Revolución. Mi plan era almorzar al Café Lamparilla y luego ir al otro bar famoso de La Habana: El Floridita (cuna del diaquiri, según reza la leyenda) y luego al Hotel Nacional para probar el mojito. Estando en el Museo de Bellas Artes di un largo recorrido por las muestras de pinturas y esculturas de diversos artistas cubanos, muchas de estas luego se ofrecerían en réplicas en el bazar del museo. Además, tenían una amplia colección de afiches de festivales cinematográficos para artistas independientes. La cantidad de piezas de este museo era muy numerosa y me tomó más de 3 horas recorrerlo parcialmente (gente con mayor capacidad artística se tomará más tiempo). No se permitía el uso de cámaras fotográficas dentro del museo. Durante este recorrido, nos dimos cuenta que afuera había empezado una lluvia bastante fuerte así que al terminar esta visita, me quedé en el cafetín tomando un algo (pésimo servicio, precios regulares) y luego visité el bazar donde compré algunas cosas interesantes: 2 réplicas de las pinturas que más me gustaron y un juego de tazas de café expreso como recuerdo para mi mamá. La vendedora los envolvió muy bien en sus cajas (felizmente no ocupaban mucho espacio) y hechas las compras, estaba listo para almorzar y probar el daiquiri.

Caminé hacia el Café Lamparilla, donde almorcé y tomé un refresco. Para esto, la lluvia ya había cesado y me permitía hacer algunas visitas previas al Floridita: Museo del Automóvil (CUC 5, se paga un adicional por tomar fotos) que sinceramente no recomendaría ya que no es más que un corral amplio y oscuro con unos 10 autos viejos al azar con una pobre leyenda, el Museo de Arte Natural (CUC 3), ubicado en la Plaza de Armas de La Habana, que sí fue más ilustrativo y entretenido, con muestras de animales disecados de los diversos continentes del mundo, además de una muestra de la fauna cubana. Finalmente, terminé en Plaza de Armas a descansar un poco antes de ir por los daiquiris. Llegué al citado local y desde afuera me di cuenta que estaba abarrotado de gente, más que nada turistas (como es de suponer). Logré entrar y esperé atención mientras escuchaba otro grupo tocando música cubana en vivo... llegaron los daiquiris: muy buenos, habían frutados de fresa, de piña, de plátano... pero la guía de Lonely Planet recomendaba pedir el "Papa Hemingway Special" que era el daiquiri con toronja, un poco más fuerte que el convencional y que invitaba retadores a batir el récord de 16 tragos. Pedí 2 de esos y puedo asegurar que son buenos, un poco más amargos que los clásicos pero creo que es imposible beber más de 5 sin caerse al suelo. Al poco rato llegaron casi 30 turistas italianos haciendo alboroto y clamando sus daiquiris, se quedaron media hora y así como llegaron se fueron, no sin antes tomarse una foto con la estatua de bronce de Hemingway, a un lado de la barra.

Salí del Floridita y me percaté que en la misma calle, a unos metros, había una licorería relativamente grande así que pensé que allí podría encontrar algunas botellas de ron a buenos precios. Subí al segundo piso y grata fue mi sorpresa al ver que el local estaba bastante bien surtido con diferentes marcas y variedades de ron, habanos, entre otros. Compré varias botellas (al ingresar a Perú, los inspectores de aduanas, podrían retener todo lo que excediera los 3 litros de bebidas alcohólicas, así que ese fue mi límite) entre las que estaban el ron Havana Club Ritual y una variedad llamada Selección de Maestros, también de Havana Club. Los precios fueron de CUC 7,5 y CUC 40, respectivamente. Bajé de esta tienda y noté que el cielo estaba completamente nublado, y a pesar que el sol no se dejaba ver y sentía que volvería a llover el calor aún era notorio... tomé un taxi hacia mi hotel para dejar las botellas de ron y tomar una ducha antes de ir hacia el Hotel Nacional. 



Después de ducharme me puse un polo rojo con la silueta del Che Guevara estampada en color oscuro que había comprado más temprano y decidí caminar por todo el malecón hasta llegar al Hotel Nacional. Habiendo pasado una hora desde que salí del Floridita, el clima no había mejorado... había llovido mucho en la mañana, durante la tarde estuvo nublado y a la hora que caminé por el malecón, la marea estaba muy agitada por lo que la caminata estuvo acompañada por constantes salpicones de agua de mar. Creo que no caminé más de 2 km hasta que llegué hasta la base de un pequeño acantilado que es donde emerge el hotel y di la vuelta para llegar hasta su fachada principal. Ya había leído que el mojito que servían en el bar del hotel era muy bueno y estaba dispuesto a comprobarlo. Creo que fui el primero en sentarme en el bar, ordené un mojito y un habano Cohiba para completar plenamente la experiencia... pero faltaba algo... la música. Encontré una rocola en una esquina y al acercarme para echar una moneda me di con la sorpresa que no funcionaba pero casi como caídos del cielo llegaron unos músicos tocando el oriundo son cubano, casi exclusivamente para mi, pedí una segunda ronda de mojito. Quizás fue el acompañamiento del habano, la música o el ambiente pero concluí que ese fue el mejor mojito que había probado en la isla. Y para hacerlo aún mejor, aunque en un principio no lo parecía (por estar en el bar del quizás mejor hotel de la ciudad) los precios fueron muy cómodos: CUC 4 por cada mojito y CUC 8 por el habano.

Después de disfrutar de esos mojitos, y como era obvio, me dio hambre y nuevamente recurrí a la Lonely Planet para encontrar algún lugar cercano donde se pueda comer algo bueno... resulta que a pocos metros de allí había una trattoria llamada Maraka's. Según información de la guía, este local servía las mejores pizzas y pastas de Cuba, así que sin pensarlo ya estaba caminando hacia este lugar. El local estaba ubicado a sólo 2 cuadras caminando a lo largo de la Calle O, hacia el sureste, y no tiene mucha publicidad desde afuera pero es bastante amplio por dentro. Pedí una pizza con salame, aceitunas y pimiento, y sinceramente debo decir que estuvo muy bueno. No llega a superar a las mejores pizzas que probé en mi vida pero tiene una muy buena calificación. Cada pizza podría ser compartida entre 2 personas de apetito promedio a un precio de CUC 6 (bastante económico!). Esta fue la cena perfecta para cerrar este viaje. Ya de noche, regresé a mi hotel para pasar mi última noche en Cuba.

Esa noche, debido al estado del clima a lo largo del día, el mar estaba bastante movido. Las olas golpeaban fuertemente el malecón construido de concreto y rocas y el viento silbaba fuerte simulando una tétrica escena de tormenta. Parecía que Cuba se quería despedir con una noche para recordar... y lo logró. Esa madrugada me desperté hasta en 2 ocasiones por el ruido del mar y el viento. Temprano por la mañana desperté y encontré el mar mucho más calmado, el día soleado y como dándome la bienvenida para una nueva caminata, breve porque pasado el medio día partiría hacia Lima. Mucho más pausado y relajado, caminé a lo largo del Paseo Marti, llegando hasta el Capitolio y la entrada al Barrio Chino.



En pleno Parque de la Fraternidad, a las afueras del Hotel Saratoga, una multitud de gente pugnaba por acercarse lo más cerca hacia el frontis del hotel... pregunté y me dijeron que Beyoncé estaba hospedada en ese lugar, y que había reservado un piso completo para ella y sus acompañantes. No le presté atención y me fui hacia la calle Mercaderes, cerca al Café Taberna, donde está el Museo del Chocolate (un lugar que ya había visitado antes). Un par de vasos de chocolate bien frío para aplacar el calor agobiante y unas cajas de chocolates rellenos para compartir con la familia y amigos. Caminé un poco más hacia la avenida Del Puerto y tomé un taxi de regreso al hotel.



El taxi que me llevaría al aeropuerto me cobró CUC 25 y el trayecto tomó unos 35 minutos. Antes de partir, debía deshacerme de todos los pesos convertibles que tenía, y no tuve mejor idea que comprar más habanos. Los precios eran similares a los de la calle, por lo que recomendaría comprarlos allí si alguien me pregunta. Esperé a que habilitaran el registro de pasajeros de nuestro vuelo (ya que llegué con 4 horas de anticipación), pagué el impuesto de salida (CUC 25, en efectivo), pasé por migraciones (incluída una foto de salida) y pasé a la zona de embarque que era una gran sala con puertas hacia los lados y un mini restaurante (básicamente sandwiches, bebidas y snacks) en medio. No wifi, pero sí habían unas computadoras con internet (previo pago). Decidí esperar a conectarme desde el aeropuerto de Bogotá pero andaba algo ansioso por saber qué había pasado en Perú después de 8 días sin conocer noticia alguna. Al poco rato ya estaba abordando el vuelo de regreso, muy feliz por todo lo vivido y a la vez pensando cuál sería mi siguiente destino... 

Datos Útiles (aprox.):
Moneda: Peso Cubano Convertible, CUC 1 = US$ 1
Visa: Trámite no documentado, US$ 20 + seguro
Impuesto de salida en aeropuerto de La Habana: CUC 25
Vuelos (ida y vuelta desde Lima): US$ 700
Hotel Cuatro Palmas en Varadero (por noche): US$ 130
Hotel Deauville en La Habana (por noche): US$ 60
Comidas (promedio por persona): US$ 6 - 15
Cerveza (botella/lata de 350 ml): US$ 1,5

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